hachi

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Kim SooYun

Suspiré acomodando el montón de carpetas con partituras en una pila que apenas podía levantar. Coloqué tras mi oreja un mechón que me estorbaba, mordí mi labio inferior y junté fuerzas para cargar con todas las magníficas obras acumuladas que pesaban más que yo.

Mi receso de invierno había terminado, y era realmente frustrante retomar la rutina. Sobre todo, porque eso significaba que tendría menos tiempo para estar con YoonGi.

Después de un mes y medio, las cosas iban avanzando mejor con él. Decía casi diez oraciones por día y su mueca extraña ahora se asemejaba más a una sonrisa genuina. No le asustaba tanto mi cercanía, pero aún se sentía incómodo ante ella. Y la esquina donde se situaba su piano aún seguía siendo un terreno prohibido para mí.

El timbre resonó en todo el establecimiento, anunciando un corto receso para el almuerzo. Y pronto comencé a observar que más gente ingresaba en el salón. Era momento de huir antes de ser atacada por la muchedumbre.

Salí de allí lo más rápido posible, abriéndome paso hacia el salón con los instrumentos de percusión. Y no podía evitar sonreír en el camino, pues las ansias de volver a sostener las baquetas y tocar con todas mis fuerzas eran inmensas. Y todo esto aumentó cuando ingresé al ya dicho sitio, encontrándolo totalmente vacío y silencioso.

Adoraba el ambiente de la sala destinada a los músicos de percusión. Con el gran escenario repleto de los respectivos instrumentos del área y las interminables filas de butacas negras situadas frente a mí, y sus magníficas paredes a prueba de sonido que no permitían al exterior conocer la magia de cada ensayo. Era el sueño de cada músico poder concluir existosas prácticas en un lugar así.

Una vez que me ocupé de depositar las partituras en su lugar y me libré de mi mochila, me dispuse a buscar mi estuche con baquetas. Y solté un pesado bufido al darme cuenta de algo que no tenía planeado: las había olvidado en el salón anterior.

Apoyé mi frente sobre uno de los platillos de la batería y comencé a darme leves golpes con éste.

—Tonta, tonta, tonta...

—¿No te duele?

Alcé rápidamente la cabeza y miré con sorpresa al intruso de mi querido salón, parado justo a unos metros frente a mí. No logré reconocerlo, pues no parecía nadie de la orquesta y mucho menos era algún profesor.

Lo observé cuidadosamente, ya que estaba muy segura de que alguien como él no pasaría desapercibido y debía conocerlo de algún lado.

Sus rasgos eran tiernos, como los de un cachorrito. Tenía unas cejas gruesas y labios llenos, pero pequeños, y podría decirse que era bastante alto. Con su cabello teñido de un bonito castaño y arreglado de forma desordenadamente atractiva, y su porte de estrella de cine, podía decir que era alguien muy atrapante.

Sí, definitivamente no lo conocía.

—¿Es tuyo? —preguntó, extendiendo el estuche negro con mis baquetas frente a mí.

—¡Oh, gracias! —exclamé y me limité a hacer una simple reverencia, acercándome para agarrar el estuche con ambas manos —. A veces soy muy olvidadiza —comenté, mientras soltaba una risa nerviosa, anhelando que no se forme un incómodo silencio.

—Cargabas muchas cosas, es normal que se te hayan olvidado —me sonrió, colocando las manos en los bolsillos delanteros de sus jeans y examinando todo el salón sin mucho interés, como si ya hubiese estado aquí antes.

Caminé hacia las partituras y comencé a ojearlas, pero de reojo aún podía sentir la densa mirada de ese extraño sobre mí y eso me incomodaba demasiado. ¿Así se sentía YoonGi cuando yo lo miraba? Espero que no sea así.

ʜɪᴋɪᴋᴏᴍᴏʀɪ ; ᴍʏɢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora