ni-jû ichi

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Min YoonGi

¿A veces no sienten cierto sofoco estando en los pasillos de un Hospital? Yo podía sentirlo en cada fibra de mi ser cada vez que debía salir a estirar las piernas, y escaparme por escasos minutos al salón recreativo. Aquél bello piano valía la pena, ya que si no fuese por ese objeto, jamás me atrevería a caminar fuera de mi habitación, entre algunos pacientes que lograba encontrarme en el camino, o algún que otro doctor que me observaba curioso ante mi sospechosa actitud y mi expresión de pánico. Me costaba más de lo esperado el poder llegar a mi destino, pero al final de todo ese calvario, estaba una buena recompensa: el poder relajar todos mis músculos y eliminar el estrés ante la sensación de las teclas bajo la yema de mis dedos.

Los doctores y la psiquiatra habían insistido en que debía permanecer en el hospital hasta que vieran mejoras en mí. Llevaba ya casi una semana entera, y aunque me costaba familiarizarme con el ambiente, debía admitir que había sido gran parte de mi adolescencia, y no debería resultarme difícil el adaptarme a una situación así. Si no lo decía en voz alta, no sonaba tan triste y patético como en mi cabeza.

La enfermera con la cual poseía complicidad, estaba con la espalda apoyada en una pared frente al salón recreativo, fumando en una esquina el cigarrillo que no le permitían consumir en horas de trabajo. Un día anterior, me había comentado que ese rincón específico del pasillo era uno de los tantos puntos ciegos de la cámara de seguridad, y que allí fumaba siempre que tenía la oportunidad, ya que nadie la vería en ese sitio junto a la puerta de salida, la cual abría para que humo se dispersara y no activara la alarma de incendios, o el olor no fuese captado por nadie. En esta ocasión, yo era su oportunidad y excusa para recurrir a ese lugar. Mientras ella alimentaba un vicio, yo lo hacía con mi terapia, completamente dictada por mí. Las constantes charlas con la psiquiatra, que no eran demasiado extensas gracias a mis cortas respuestas, jamás me ayudarían como la hacía la música.

Una vez que saludé amablemente a la enfermera, entré a paso rápido y caminé hacia el maravilloso piano clásico, que se alzaba de una forma única ante mis ojos. Me senté en la banqueta y suspiré, antes de comenzar con la pieza que había encontrado entre el cuaderno de partituras de aquél salón multiusos. Sonreí ligeramente mientras interpretaba con facilidad una de mis piezas favoritas. Podía olvidarme de todos mis problemas con facilidad si la música llenaba mis oídos y la opresión en mi pecho dejaba de resultarme abrumadora. Pero había algo que no lograba callar aún con la melodía llenando cada rincón de la habitación, y era el hecho de estar sin SooYun, de no saber si era real y de que, en busca de una respuesta coherente ante todo esto, mi madre pidió que no volviera a preguntarle sobre ella. Cada vez sentía aún más que las palabras de los demás ganarían sobre mi esperanza de un poco de cordura propia.

Mis dedos comenzaron a perder su coordinación cuando esos pensamientos atacaron mi concentración tan profunda. Pensar en mi situación sólo lograba transformarme en alguien miserable, y me hacía perder el enfoque. Sabía que no era bueno estancarme a pensar en ello, pero era realmente horrible no poder lograrlo.

Finalmente, terminé por rendirme y decidí culminar con mi propio concierto de piano de forma abrupta. Suspiré, dejando caer mis dedos pesadamente sobre las teclas, logrando un sonido desafinado y tosco.

—¿Ese era el Vals del Minuto? —preguntó una voz a mis espaldas, dejándome helado por un instante. Tragué en seco, dándome vuelta para hacer contacto visual. Me encontré con unos ojos intensos y llenos de oscuridad como la noche que siempre observaba desde mi ventana, y una sonrisa torcida que se sintió extraña, pero agradable. Asentí nerviosamente, sin el valor necesario para responderle con palabras —. ¿Por qué dejaste de tocar? Sonaba bien —se quejó, manteniendo esa sonrisa que me era difícil de aceptar.

ʜɪᴋɪᴋᴏᴍᴏʀɪ ; ᴍʏɢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora