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Han pasado tres días y al fin, los análisis se culminaron. Es hora de que nos dirijamos hacia la clínica. El día llegó, hoy operaran a mi tía.

Terminaré de vestirme una vez logre hacer entrar esta tonta franela verde oscuro con la cara de Donkey Kong. Sonrío victorioso al lograrlo y de inmediato ya estoy en medio de la sala junto a mi prima que acaba de llegar de la capital, donde recientemente estaba haciéndose con unos medicamentos, y esperaba un par de muestras mandadas ha hacer con especialistas. Su nombre es Camila y tiene 27 años. De pelo castaño como la mayor parte de la familia por parte de mi madre. Pero sus ojos son café y no verdes. Tuvo que dejar a sus pequeños gemelos con su marido en España para venirse ha ayudar.

Mi tío Carlos y mi madre se acercan junto a mi tía, y en minutos ya estamos todos en la camioneta, listos para partir. Hay una mezcla de emoción, miedo, incertidumbre y esperanza, inundando el aire. Esperamos que todo salga bien, pero la verdad es que tememos lo peor. Los seres humanos somos así.

Miro por la ventana, el día esta soleado como casi siempre y todo transcurre normal, el mundo ajeno a nuestro suceso. Una forma clara de decir que pase lo que pase, el tiempo siempre seguirá corriendo.

Pensar en eso no ayuda.

Oigo una notificación en mi celular, debe ser de Michael. No dormí en toda la noche y él, por alguna razón, se negó a despedirse cuando volví a conectarme en Facebook. Como si supiera que necesitaba la compañía. Los nervios no me permitieron pegar ojo, pero al menos no me aburrí, y en cambio, tuve que luchar para no reírme en voz alta de sus estupideces.

Le debo una.

Hemos estado hablando desde anoche sin parar. Debo tener más ojeras que cara. Lo más extraño, es que el sueño no me molesto en lo absoluto, y luego de una jarra de café, estoy preparado.

Michael: Entonces, ¿de verdad no tienes sueño? ¿Qué los osos no duermen mucho?
Sonrío, pero rápidamente mi humor desaparece.

Brandon: Oye hermano, te tengo que dejar. Voy a salir.

La camioneta arranca. Voy de copiloto. El silencio me pone muy nervioso.

Michael: ¿Vas para la clínica?

Me quedo en blanco.

No entiendo como... supo eso. Yo no le he dicho nada respecto sobre la enfermedad de mi tía.

Respiro profundo y trato de responder, pero no sé que decirle. Me siento... atrapado, nervioso, culpable, porque le mentí mucho sobre esto y él, de alguna manera, lo sabía. ¿Quién pudo haberle dicho? Sea quien sea, no tenía el derecho.

Michael: Brandon... no sé exactamente la gravedad de tu caso, pero lo sé. Casi no sales, casi no duermes, y te disculpas la mayoría de las veces cuando tienes que hacer algo. Además... mis sospechas comenzaron con el comentario de la chica con la que saliste ese día en el centro comercial. Y dado la costosa camioneta de tu tío, dudo que se dirijan a un hospital público, que es lo único que hay aquí. No soy quien para pedirte explicaciones, pero oye, si necesitas alguien con quien hablar, estoy aquí. Y lo digo en serio. Soy bueno oyendo y hablar quizás te ayude.

Leo unas y dos veces el mensajes, y medito.

Vaya, no se le escapa nada.

Por Siempre, Mejores AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora