CAPÍTULO 23: De acampada

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Brandon

No sabría decir con exactitud qué fue lo qué más me conmovió en el instante en que nos detuvimos frente a la extensa zona montañosa poblada de árboles verdes y decorada con miles de rocas de diversos tamaños salpicando los caminos nublados por la neblina de temporada. Quizás fue el torrente de dulces y viejos refuerzos que casi parecían extintos en mi ciencia, de aquellos momentos únicos cuando mi hermano, mi padre y yo salíamos en plan: salida de chicos, a veces con unos primos, a recorrer y acampar en los alrededores donde cada paso parecía ser un motivo de descubrimiento e intriga. O tal vez, fue el echo de estar rodeando de mis amigos en un lugar tan significativo y especial, listos para disfrutan de una estadía que seguramente jamas olvidáramos. Pero para ser sincero, yo diría que lo que hizo que el corazón me saltara de alegría, fue aquella extraña expresión que vi dibujarse en el rostro de mi mejor amino. Sus ojos brillantes, una sonrisa tierna de niño, en un manto de facciones relajadas que a su manera, parecían demostrar en una expresión serena, que el lugar ante su vista era un sueño alcanzado. Un sueño perfecto.

Él era feliz, pude verlo en sus ojos. Y eso, fue suficiente para hacerme sonreír satisfecho y llenar mi pecho de optimismo. Sería perfecto. Un auténtico viaje de acampada como ambos queríamos disfrutar.

Por suerte habíamos encontrado un espacio amplio por donde mi hermano fue capaz de introducir la camioneta y estacionarse junto a algunos pinos de gran altura.

Ahora, frente a nosotros se ciernen colinas, bosques y extensas inclinación rocosas bañadas de verde y gris, bajo un cielo nubloso que desprende un suave resplandor pálido.

Froto mis manos y soplo en ellas. Entonces extraigo mis guantes del bolsillo izquierdo de mi pantalón y me los pongo. La mayoría de los chicos ya lo hizo, a excepción de Guillermo, que estoy seguro, le dio sus guantes a Tyler, porque a este se le ven un poco grandes. Y Michael, que ahora recuerdo, no tiene. Supongo que aún no ha adaptado del todo su guarda ropas a los climas de su nuevo hogar.

Sin pensarlo mucho, de un tirón halo un guante y luego el otro y se los o fresco. Bueno, algo así... en realidad, casi inconscientemente, tomo una de sus manos por la muñeca y la visto con la prenda de forma cuidadosa, luego hago lo mismo con la otra. Una vez listo, sonrío de lado y elevo la vista.
Michael está rosado.

El frío le había provisto de un color pálido como el de Marcus, pero ahora todo su rostro parece arder de un rosa que se acentuaba en sus orejas. Parece nervioso. Y se veía tan... curioso.

Hago una pequeña mueca confundido—¿Te sientes bien, Mich?

—S-Sí, estoy bien. Gracias.

De pronto me doy cuenta de que Guillermo me está mirando. Por un instante, en su cara pálida de niño se refleja un brillo de complicidad que me resulta extraño. Sonríe y regresa su atención a la vista que mantiene atrapado a todos en un trance de fascinación.

Retrocedo nervioso sintiendo un poco de incomodidad. Quizás tiendo a ser algo sobre protector y atento, pero es parte de mi carácter. Eso no tiene nada de malo...

—Sin embargo, al final no puedo evitar decir que creo que nunca te había visto ponerte tan rojo.

—Es por el frío.

—Seguro... si te incomode, lo siendo. No era...

—No. Tranquilo —añade y me sonríe—De verdad gracias. Sabes que me gusta tu forma de ser.

De pronto soy yo el que se siente avergonzado. Creo que sí se vio un poco raro lo que hice... Debí haberle preguntado antes si quería o no los guantes.

Por Siempre, Mejores AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora