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Habíamos aterrizado en Maracay, y de allí tomamos un bus hasta mi antigua ciudad. A medio camino me entraron nauseas pero luego de tomarme una Viajesan, pude estabilizarme y continuar el recorrido sin problemas. Llegamos a la región de los llanos tres horas después y mientras íbamos en camino, Brandon no dejaba de lucirse con Tyler y Bernaldo dejando claro que él sabía muchas cosas de aquí, aunque de vez en cuándo me preguntaba para estar seguro.

Le oí hablarles de las festividades de algunos pueblos. De como era normal para todos contemplar el ganado vacuno y algunos caballos cubriendo como legiones frondosos campos verdes. Y otros salpicando jardines de casas, pues incluso en lo que sería la ciudad, había vacas cruzando la calle en busca de pasto, después de todo habían zonas verdes en todas partes. Cruzamos El Sombrero, y aunque la exposición de dulces y artículos tradicionales y caseros no era igual a años atrás cuando casi parecía un carnaval, aún se podía disfrutar de unos buenos dulces de leche, de arroz, panela, turrones, tortas, entre otras delicias expuestas en pequeños puestos de madera también inundados de muñecas y por supuesto, sombreros de paja y látigos para el campo.

El Señor, Doctor, Profesor Brandon, compraba de todo lo que fuese comestible y les brindaba a los chicos mientras contaba un poco sobre el origen de estos dulces y cuando eran más consumidos en el año. El hombre había hecho la tarea. Me resultaba gracioso lo atentos que los chicos parecían. Además de que Tyler no dejaba de comer como un animal llenándose el buche mientras prestaba atención. Bernaldo por otra parte, se había enamorado de un sombreo de vaquero de gamuza negra y no dudó en comprarlo. Y dios, era un hombre cowboy que solo podría haber imaginado en mis más dulces fantasías. Tuve que arrastrarlo un poco lejos mientras el autobús seguía de parada y los demás pasajeros comían e iban al baño.

Y lo besé, oh si. Ese sexi vaquero ahora era mio.

Nos estábamos devorando detrás de una pared de troncos que conformaban una modesta casa y cuando su mano apretó mi trasero y gemí junto a su cuello sin poder evitarlo supe que nos estábamos descontrolando, y no era en definitiva el lugar.

— Bernaldo, estamos detrás de un rancho. Mejor nos controlamos. No es el lugar más romántico del mundo...

Él aún buscaba mis labios y con la punta de su lengua rozó los míos y estuve apunto de pedirle que me arrojara al charco de barro que había a un lado y me hiciera lo que se le viniera en gana.

Mi alarma de cordura se disparó frenando esos pensamientos. Él me miró y sonrió con picardía al decir —No te preocupes. No hay ningún testigo que diga lo que estoy por hacerte.

No, mi primera vez con él no iba a ser detrás de un rancho. Pero su expresión me dejó claro que solo bromeaba.

—Te está pegando duro el cambio de clima—comenté divertido.

—Puede ser. Ésta calor es horrible. Pero en fin, como decía. Nadie nos ve—se detuvo y frunció el ceño de una forma muy graciosa—Bueno, excepto por él...—seguí su mirada curioso y miré aquello que con un dedo señalaba como un niño—¿Qué es eso?

Estuve apunto de soltar una carcajada. Su expresión llena de confusión era digna de un meme.

Lentamente la criatura se acercaba hacia nosotros.

—Bernaldo por Dios, eso es un Morrocoy.

—¿Un qué? —preguntó aún más confundido. Y tuve que morderme el labio para no reírme.

—Un Morrocoy. Es como una tortuga, pero de tierra. Son familia, creo.

—Oh por Dios, por un momento creí que era una roca con ojos. O una tortura mutante. Que animal tan feo...

Por Siempre, Mejores AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora