CAPÍTULO 18

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Es curioso, desde niño tuve que atravesar por diferentes etapas. Los días en que inicie la escuela y todos se burlaban de mí, las miradas y los cotilleos. Y nunca tuve un amigo que me defendiera.

Luego, comencé a desarrollar aquellas fobias que me perturbaban en muchas ocasiones. Días sin dormir, pesadillas e inseguridades. Y de pronto, comencé a crecer de forma brusca. Lo que trajo más burlas, la perdida de mi ropa, las estrías por las que me llevaron a tratamiento. Las idas al psicólogo con el cual nunca fui capaz de hablar.

Recordar mi niñez me hacía llenar de ira. Pocos lo sabían, y solo eran aquellos que vivían en la misma casa que yo.

Había roto todas, o casi todas mis fotos de los 4 años hasta 12. Las odiaba.

Era un motivo de gracia y desagrado para muchos. Era la mancha que me seguía día a día. Era el yo que deseaba enterrar y jamás volver a ver.

No fue si no hasta la secundaria que las cosas dieron un drástico giro. Había crecido mucho, y practicaba deportes que al principio deteste hasta que les tomé el ritmo. Eso desató la producción de testosterona en mi cuerpo y crecí con más rapidez, pero a su vez, aceleró mi metabolismo, por lo cual obtuve altura, buena musculatura y mis rasgos mayores se proyectaron. Perdí el rubor en mis mejillas y aquellos cachetes de marrano. La inocencia de mi figura rápidamente estaba siendo desechada. Aquél niño había comenzado a morir, y yo mismo lo estaba asesinando.

Pero yo quería más, necesitaba más.

Fue entonces cuando inicie el gimnasio. Y me esforce, día tras día y estuve apunto de volverme adicto al ejercicio, pero desahogue toda mi rabia en el fútbol, y el Boxeo que practiqué solo algunos meses. Y a esas alturas ya no debía esforzarme demasiado para mantener mi contextura, pues mi cuerpo se había desarrollado por completo y quemaba calorías con rapidez.

Pensé que me volvería un imbécil, pero no fue así. Drene la ira a través del deporte, la cocina y los videojuegos. Y desde entonces, nadie se metía conmigo. Por un tiempo, si alguien se burlaba de mí, se las veía mal, pero yo era muy discreto en mis amenazas pues tenía un promedio de 18, 7 que mantener, y un padre que podría partirme una bota en la cabeza sí le fallaba al apellido de nuestra familia.

Sin embargo, no era como los demás miembros del equipo. Nunca molesté a ningún chico más pequeño que yo, es decir, casi toda la secundaria... no le veía el sentido de hacer lo mismo que me hacían a mí, así que por el contrario, comencé a defender a todo aquél que necesitaba de alguien que pusiera a su bravucón personal en su lugar. Y eso si lo disfrutaba. Amenazar a esas basuras era lo más divertido de medir casi dos metros. No podían hacer nada. Y la venganza era dulce.

Me gané mucha amistades, y muchos me ayudaban si necesitaba de algo. Entonces dejé de ser Brandon, y todos me llaman Lee o Brandon Lee, simplemente. El Capitán de los Osos grises; guapo y seguro, confiado y poseedor de todas las respuestas. Listo y a su vez amable.

Pero yo seguía siendo aquel niño, solo que ahora vestía una armadura de titanio.
La universidad no fue diferente. Más bien la llamaría un tanto gris, dado que aunque aún persistían los grupos, y yo seguía jugando fútbol, las disputas y el Bullyng eran menos frecuentes.

Para aquel entonces ya había prestado servicio militar y bueno... no era lo mio.
No iba a regresar a ser un imbécil que se dejaba someter con un hombre cuyo cargo jerárquico era mayor que el mio. Mi padre y él estaban muy equivocados.

Luego de aquel desastre, seguí estudiando.

Y ahora estaba el cabello más corto.

Había ganado para entonces trofeos y medallas de Fútbol, físicoculturismo juvenil (algo en lo que partícipe solo una vez, pues no era muy agradable a mi parecer, pero ya le había apostado a mi padre que ganaría). Yo no quería tener un cuerpo monstruoso y menos desnudarme lleno de bronceado artificial. Aquella vez había entrenado mucho y terminé saturandome. Era sumamente incomodo, a pesar de las ofertas y mis patrocinadores. Al igual que con el modelaje, más exposición. Solo había disfrutado armar el calendario del mes de la universidad con fotos vestido con el uniforme de Fútbol y algunas en camiseta. Pero aunque aquellas actividades contribuían a incrementar mi ego, no me hacían sentir lleno.

Me vida se había proyectado como lo que debía ser; el joven perfecto y popular hijo que una buena familia. Pero a veces, sentía que no era realmente mi vida ¿Qué quería? No lo sabía.

Disfrutaba cuidar mi cuerpo, pero solo porqué realmente me gustaba, y reflejaba en el mi propio desarrollo y madurez. Y cuando me dedique a la cocina, bueno, fui por primera vez realmente feliz, como cuándo estando solo, cantaba algunas canciones de Pavaroti mientras tocaba el piano. Tomé clases de canto particulares a raíz de esos momentos. Por fin, de alguna manera, me estaba descubriendo. Pero sabía y sentía, que aún faltaba mucho por descubrir.

Ya no me importaba de igual manera si a mi padre le complacía o no lo que hacia, pero seguía bajo su yugo de crianza, no era yo, solo era su hijo. Pero por suerte, con el tiempo lo aceptó. Fue cuándo comenzamos a salir junto a mi hermano en viajes a la montaña y campos, y por supuesto el más grande era el de mi abuelo Moisés Antonio. Un auténtico trozo de paraíso. Amaba ese lugar.

Lo había logrado. Era un profesional graduado en informática y gastronomía, con experiencias extracurriculares múltiples y talentos diversos.

Y había hecho buenos amigos, a Felicia y Jimmy que los conocí en la universidad y a Mark en la escuela de cocina. Nos graduamos juntos. Alicia vino después cuando él me la presentó como su novia. Ahora tenía buenos amigos, no solo a los del equipo de fútbol.

Pero aún me sentía extraño.

¿Cómo podía ser tan conocido, tener una gran familia, diversas amistades y agradables amigos, y seguir sintiéndome solo? allí, en ese pequeño espacio donde aquel niño robusto se mecía en un columpio, apartado, bajo un roble ubicado en una pequeña pradera tenuemente iluminada; y allí cantaba, guardando sus secretos en dispersas rocas brillantes que salpicaban el suelo con inseguridades. Ese era el niño que nadie había podido alcanzar, el pequeño y tímido gordito que nadie conocía, y que jamás les mostraría. Ese era el Brandon libre de ego, prepotencia y actitud desafiante y confiada. Ese era el yo que solo quería alguien que lo empujase en el columpio mientras reían.

Ese era el Brandon que ahora podía ver frente a él a un chico, de cabello oscuro y ojos cafés que le ofrecía su mano mostrándole una sonrisa tierna y cordial.

—¿Quieres qué juegue contigo?

—¿Estas seguro?

—Pues si. Me costo mucho encontrarte, y ahora, quiero que juguemos. Yo soy tú amigo.

—Mi amigo...

— Seré tu mejor amigo.

—Gracias Mich.

Y desde entonces, aquel espacio vio por primera vez el amanecer.

La soledad se fue.

Ya no estaba solo.

Alguien, al fin, me había alcanzado.

Y yo tomé su mano sin dejarlo ir.

Por Siempre, Mejores AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora