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Seguía sin entender su reacción. No sabía como responder ante la forma tan extraña en que me miraba. Me sentía desnudo y vulnerable ante sus ojos oscuros que no mostraban más que agrado y cariño.

Ni Tyler ni Bernaldo estaban cerca, aunque el segundo había aparecido claramente comprobando que no tuviera a su novio contra el concreto follandolo, o algo similar. Pero Michael le había pedido que nos dejara a solas y no escuché que excusa le susurraba antes de darle un beso y regresar junto a mi. Miré como Bernaldo bajaba las escaleras de caracol y volví mi atención a mi amigo.

Fue entonces cuando estábamos en el suelo recostados del barandal de elegantes bases que le sonreí de lado expectante. Era el momento de hablar, era el momento de contarnos lo que nadie más sabía. Podía sentirlo, y me aterraba. Pero solo bastaba ver sus ojos para comprender que estaba a salvo. Nadie me dañaría ni se burlaría de mí.

Lentamente, sentí los engranajes que sellaban mis inseguridades y secretos girar y desplegar las puertas de mi alma. Y fui el primero en comenzar.

Le conté mis experiencias vividas, los miedos y las cosas que me habían convertido en quién soy. Él solo escuchaba en silencio sin interrumpirme.

—... y dado a mi edad no había dado el estirón, por lo que sufría de obesidad. Yo comía mucho, como un cerdo la verdad. Y terminé pareciéndome a uno. Por eso te digo, todos se burlaban de mí, las chicas creían que era lindo y a otras les daba asco. Me odié, y los odié a ellos. Pero mientras crecía la cosa solo fue empeorando. Era el gigante gordo de la clase. Me decían cientos de apodos, mi padre me reprochaba que comía como un animal. Pero era la ansiedad y estrés que me hacían desahogarme en la comida.

Seguí, y poco a poco llegué hasta el final.

—Ahora entiendo porqué tienes tan pocas fotos de niños... aunque ya lo sabía.

—¿De qué estas hablando? Jamás te he mostrado una foto mía de niño —le recordé confundido.

Él sonrió algo apenado y sacó algo de su billetera. Lo tomé y cuando vi lo que era, me congele por completo.

Era una foto mía a los 6 años. Gordo y con el cabello más largo. Parecía un marrano.

Mi mandíbula se tensó—¿De dónde sacaste esto?

—Tu madre me la dio luego de mostrarmela.

No lo podía creer —¿Por qué demonios te daría esto? —le pregunté indignado.

—Porqué yo se la pedí...

—¡¿Qué?!

—Me gustó mucho y quise conservarla.

Lo miré sin inmutarme e hice un ademán de romper la foto pero Michael me detuvo sujetándome de la muñeca. Estuve apunto de empujarlo pero me contuve cuando dijo.

—Por favor, no la rompas. De verdad, prometí que la cuidaría.

Sus ojos, me miraban con suplica y de pronto perdí la fuerza. Dejé caer los hombros y mostrándole la foto Indagué—¿Por qué la conservas? ¿No te da asco? me veo horrible allí, parezco una morsa.

—Porqué en ella veo a un niño dulce e inocente con los ojos verdes más tiernos que e visto. Uno sonriente y tímido. Veo a la persona real que conocí aquél día cuando nos tropezamos. El es el secreto tras tus ojos. Porqué a pesar de todo, sigue allí. Cuando sonríes, lo veo. Cuando te abrazo y luces relajado y sereno, sé que es él. Y él eres tú, sin importar tu apariencia. Ese es mí mejor amigo. Y yo creo que es hermoso.

Le entrego la foto y paso mi mano de forma algo rústica limpiando las lágrimas que luchan por salir. Miro a hacia otro lado.

— Yo... era tan débil...

Por Siempre, Mejores AmigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora