Desesperanza.

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"Estas flores son preciosas. Las recogeré para hacerle un regalo a mi madre, al fin y al cabo, hoy es su cumpleaños". Esbocé una sonrisa tímida hacia las flores, eran realmente bonitas.
Alcé la vista y lo único que pude ver fue un balón directo a mi cara, que rebotó y destrozó el ramo que tenia hecho.

-¡Tomate! Danos la pelota.

Un tic nervioso afectó a mi ojo derecho. Me había llamado tomate para que le pasase la pelota después de haber destrozado mi trabajo.

-¡Vamos tomate, no tenemos todo el día!

Recogí lo que me pedían y me acerque rápidamente a ellos. Con toda mi fuerza se la lance a uno de ellos en la cara, gritando que nunca jamás me volviesen a llamar así.
Realmente estaba enfadada. Había aguantado mucho ese mote, pero no más.
Los chicos huyeron de allí asegurándome que se las pagaría, pero lo que no sabían es que sería justo al revés. A partir de ahora, me iba a hacer respetar a través de la fuerza.

Al día siguiente en la academia, justo antes de que llegase el maestro, esos mismos chicos se reunieron en corrillo para ideas estrategias con las que molestarme. Sé que estaban hablando de mi porque de vez en cuando decían "tomate", me miraban y se reían. Me levante de mi asiento bruscamente, acallándolos.

-Parad ya. No me hace ninguna gracia. Como sigáis así os pasará lo mismo que el otro día, ya sabes.

Solo se rieron y volvieron a cuchichear entre sí. Mi enfado iba en aumento, tanto, que incluso mi pelo parecía que estaba enfadado con ellos y que se movía para atacarlos. Me lance contra ellos, contra todos a la vez y aquello se convirtió en una marea de puños y patadas sin sentido. En menos de cinco minutos tenía a uno de ellos inmovilizado entre mis piernas, asustado. Cuando iba a pegarle un golpe en su cara, apareció Minato, que se coloco enfrente mía.

-¿¡Qué te pasa!? ¿Tú también quieres?-le grité.

-N-no. Yo solo quería decirte que... - hizo un gesto  con su índice, indicándome algo en mi espalda.

Me giré un poco, aun con el muchacho entre mis piernas. Con los brazos en jarras estaba el maestro, esperando a que acabase nuestra riña.

-L-lo siento, maestro -me levanté rápidamente. - Voy a mi sitio, ya sabes - dije muy nerviosa.

"Ya sabes." ¿Por qué siempre decía eso cada vez que estaba nerviosa? Suspiré y me senté en mi sitio. El chico al que hace nada iba a pegar, paso por mi lado, con cara malhumorada.

-Me las vas a pagar, habanera sangrienta.

Me quedé perpleja ante ese nuevo mote, tampoco me acababa de convencer. Quizá nunca podría hacer amigos aquí, estaba destinada a ser odiada por todos, marginada y temida. Unas lágrimas empezaron a aflorar de mis ojos. ¿Qué estoy haciendo mal, Mito? Decidí centrarme en las explicaciones del profesor, a fin de cuentas, este solo era otro día más en una vida que odiaba.
Tras las clases, marché a mi casa, a paso tranquilo. Había solo 15 minutos desde la academia hasta ella, así que no tenía problema en ir a un paso calmado, observando el paisaje y a la gente de la villa. Todo el mundo parecía feliz, sus tonos demostraban alegría y las risas de los niños lo reforzaban. Hice un mohín, yo...anelaba esa sensación.
Me quité los zapatos para entrar en casa. Todo estaba en silencio. Mis padres se encontraban sentados en el salón, con miradas taciturnas y algo ausentes.

-Tenemos que hablar.

El tono autoritario de mi padre me asustó. ¿Era posible que se hubiese enterado de lo de esta mañana y me fuese a reñir?  Agaché la cabeza, esperando que me gritase o que se enfadase conmigo. Sin embargo, me dijo en un tono triste:

-Mito ha muerto. Están preparando las cosas para que a partir de mañana seas tú la próxima jinchuriki.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora