Cambio.

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Ha pasado ya un mes desde que formamos los diferentes equipos. Me gustaría decir que nuestras diferentes misiones han sido retadoras y productivas, pero no puedo. A los ninjas de nuestro nivel nos encargan tareas de búsqueda de objetos perdidos, vigilancia, escoltas, pero siempre sin nada de emoción. Encontrar gatitos perdidos, quedarnos con bebés durante la noche, escoltar borrachos a sus casas...pero bueno, quienes se habrán creído. Entre las diferentes misiones que nos ofertan, vamos haciendo prácticas. La maestra dice que he mejorado, pero es algo difícil de ver ya que tanto Mikoto como Mebuki también lo han hecho.

Un fuerte golpe me saca de mis ensoñaciones. La maestra se encuentra delante de mí cruzada de brazos, con los ojos ligeramente entrecerrados. Mebuki también está a lo suyo, solo que no se la nota tan distante y Mikoto me mira divertida.

-Cómo iba diciendo antes de que alguien me interrumpiese –me miró significativamente y se descruzó de brazos para gesticular mejor durante su explicación.- hoy haremos un pequeño entrenamiento e iremos a por alguna misión.

Vamos, lo mismo de siempre, ya sabes. Antes de cada misión entrenábamos algo, para calentar. Este día no era una excepción, pero la maestra se sentía más realizada si nos lo comentaba todos los días. Formábamos parejas y practicábamos de todo, desde patadas hasta genjutsus. Hoy mi compañera era Mikoto. Se había recogido su largo pelo negro en una coleta baja, resaltando su cara. Era muy guapa, simpática y agradable. Siempre sabía sacar conversación en el momento justo y a pesar de ser muy honesta y no callarse nunca nada, siempre te lo decía de las mejores formas.

-Últimamente estás muy despistada, Kushina. Parece como si buscases a alguien cada vez que salimos de los campos de entrenamiento.

Alzó sus cejas pícaramente y me rozó con la rodilla en la mejilla. Me había distraído por su comentario, si me hubiese dado de lleno, habría caído al suelo con un buen moratón.

-No sé por qué dices eso, ya sabes.

Traté de hacerme la tonta, pero como esperaba, no salió demasiado bien. Siguió mirándome con una sonrisa y con ojos de conocer todos y cada uno de mis secretos. Hice un clon mío, a ver si con esas terminábamos la pelea. Mebuki y la maestra nos miraban desde lejos, ellas habían terminado hace rato. Y aunque conseguí darle de lleno en el estómago, ella consiguió inmovilizar uno de mis brazos y tenerme en el suelo. Estaba sentada en mi espalda, pero se acercó a mi oído, para susurrarme que cuando yo quisiese podríamos hablar de Minato. Agradecí estar boca abajo, porque mi cara se puso del color de los tomates.

Hace un par de días averigüé quien me había regalado la flor cuando estaba en el hospital. Efectivamente había sido él. Mi madre le había dado el número de mi habitación y al parecer, se había pasado varias veces a ver cómo me encontraba. Le habían contado que estaba con unas fiebres muy altas, por eso se pasó, quizá si hubiese sabido lo que ocurrió en realidad, se habría ido muy lejos.

Yo mismo me habría encargado de que se fuese muy lejos, tranquila, me aseguraré de que nadie se acerque lo suficiente a ti.

Y se rió de mala gana para volver a dormirse. Siempre tenía una puntilla a todo lo que pensaba. Era exasperante, pero al menos, desde ese día no había vuelto a manifestarse físicamente, y eso me aliviaba, aunque notaba que él estaba cada vez más furioso, aunque tratase de aparentar calma.

La misión que más tarde nos encomendó el hokage era de búsqueda. Uno de los comerciantes más famosos del país había perdido un maletín con diferentes objetos dentro, dinero, contratos, joyas... Y como él estaba muy atareado, nos encargaron la misión a nosotras.

Salimos de la aldea y nos dispusimos a recorrer el camino que había hecho el comerciante. No íbamos demasiado deprisa, el maletín no era excesivamente grande y era posible que nos lo pasásemos. Habíamos recorrido un kilómetro cuando lo encontramos, entre unos matorrales al lado del camino. Había signos de forcejeo en él, como si hubiesen tratado de abrirlo sin mucho éxito.

Una vez de vuelta en la aldea, fuimos a entregar la mercancía y a recibir la recompensa, la maestra se encargaría del papeleo. Íbamos las tres de camino a casa, la que antes cogió un desvío fue Mikoto, por lo que Mebuki y yo nos quedamos solas un rato más.

-Oye –rompió el silencio Mebuki. -¿Qué crees que había dentro del maletín?

-Pues...dinero, joyas, lo típico de los comerciantes.

-No sé, la manera en la que lo habían intentado abrir era extraña. No sé si te fijaste, pero el cierre ni lo tocaron. Parece que trataron de ver lo que había dentro a través de los laterales.

Me quedé en silencio. Era cierto. El cierre no había sido forzado.

-Bueno, yo me marcho aquí, Kushina, descansa.

Me quedé sola, caminando despacio hacia mi casa. ¿Era posible que el maletín tuviese algo importante? Más que el dinero, las joyas y esas cosas, obviamente. Eran las nueve de la noche y había una oscuridad casi absoluta. No había ninguna luz encendida en mi casa. Un nudo se formó en mi garganta. Era imposible que a estas horas mis padres ya estuviesen dormidos, y aunque lo estuviesen, siempre dejaban encendida la luz de fuera. Llevaban un mes muy malo, siempre con discusiones y enfados, pero esto era extrañísimo. Encendí la luz de fuera y me quité los zapatos para entrar. Hacía fresco dentro de la casa, y todo estaba a oscuras. Fui encendiendo las diferentes luces, la del pasillo, nada, tranquilidad y quietud absoluta, la de la cocina, nada, ni rastro de que se hubiese hecho vida allí, la del comedor, nada.

Era posible que por fin hubiesen arreglado sus problemas y que estuviesen fuera, de ahí que no encontrase a nadie. Iba directa a mi cuarto cuando un ligero olor se coló en mi nariz. La arrugué instintivamente. Algo olía muy mal en la habitación de al lado, en el estudio. A veces mi padre comía allí, cuando tenía mucho trabajo, y más de una vez se habían quedado restos de alguna comida, provocando el mal olor.

Entré y el olor me hizo pararme en seco. Era muy intenso, y peor que otras veces. Encendí la luz para recoger lo que fuese. En el centro de la habitación había tres cuerpos. Dos tumbados y uno de pie. Los dos que se encontraban en el suelo presentaban graves signos de violencia. Habían sido rapados...no. Parecía que les hubiesen arrancado los mechones rojos a tirones.

-¿Papá? ¿Mamá?

La voz apenas salía de mi interior. Me había quedado completamente paralizada. No sabía si eran ellos, sus caras no eran reconocibles, pero no mucha gente en esta aldea tenía el pelo rojo como los Uzumaki. Tenía ganas de gritar, pero solo conseguía que saliesen lágrimas de mis ojos, haciendo mi vista borrosa. La tercera figura se giró lentamente y clavó sus ojos azules fríos como el acero en mí.

-Ya era de que volvieses, jinchuriki. 

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora