Mikoto.

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Una mano firme apoyada en mi hombro me sacó del trance en el que había entrado tras el incidente con la bebida. Mikoto me miraba con una mezcla de preocupación y miedo en su rostro.

-Eh, ¿estás bien?

Afirmé lentamente con la cabeza mientras, poco a poco, conseguía despegar mis ojos del bosque para dirigirlos a ella. Traté de esbozar una sonrisa, como si nada hubiese pasado. Tan solo había tenido mala suerte, eso era todo.

-Bueno, ¿y que me estabas contando, ya sabes?

-Oh, lo de la boda-volvimos al punto anterior, como si no hubiesen pasado los diez minutos más tensos de mi vida esa semana-bueno, está pensando en hacer otra. Tú sabes que la nuestra fue una celebración de tan solo la familia cercana y que yo de eso no estaba muy convencida –hizo un gesto algo derrotista con sus manos, que acabaron en sus caderas-pero al parecer se ha estado pensando en hacer otra celebración para que nuestros amigos puedan venir. Tú y Minato estaríais invitados.

-Eso sería genial.

Le sonreí, encantada por la noticia. Mikoto se merecía lo mejor. El día transcurrió sin otros sobresaltos, entre cambios de guardia y comida fría. A las tres de la mañana, mi turno acabó definitivamente y fui tranquila a casa. Todo estaba oscuro y en silencio, el agradable aroma que siempre invadía nuestro hogar hoy no había hecho acto de presencia.

Suspiré y sin más me fui a mi dormitorio, el día había sido agotador.

Unas manos frías alrededor de mi me despertaron en mitad de la nada y el cosquilleo del pelo suave contra mi cuello me hizo estremecer. Me giré lentamente y un somnoliento Minato se encontraba en la otra mitad de la cama. Intenté hablarle, pero no conseguía que mi voz saliese. ¿Qué hacía aquí? ¿Era posible que hubiesen acabado tan pronto? Pero las palabras no me salían y solo podía abandonarme a aquellos brazos que cada vez se volvían más fríos y apretaban más. Yo solo sentía su respiración chocando contra mi mejilla, y la sensación de hundirme en un abismo, fuertemente anclada a él.

La sensación de no poder respirar me despertó de golpe. El reloj marcaba las seis y un minuto de la mañana. La opresión que sentía se iba calmando poco a poco, y la pesadilla que había tenido se iba marchando de mi mente como si fuese niebla.

¿Estás segura de que eso fue solo una pesadilla?

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al volver a oír su voz dentro de mi cabeza.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora