Señales.

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Me desperté temprano en la mañana. Hoy era una de esas misiones importantísimas de Minato y su joven grupo, y quise despedirles. Ambos nos levantamos entre agotados y con ganas de dormir más, pero el trabajo le llamaba a gritos y no podía darle la espalda.

-Minato.

Pero Minato ya no se encontraba en el cuarto, había bajado tan en silencio hasta la cocina que ni me había percatado, de lo ensimismada que me había quedado. Suspiré y me puse mi uniforme, las botas y rebuscando bien en un cajón, la bandana.

Hacía ya un tiempo que yo no tenía demasiadas misiones, por lo que para mmi desgracia, esta había quedado relegada al fondo del cajón donde guardaba los calcetines. Pero yo hoy también tenía algo que hacer, aunque no fuese tan interesante como la de Minato.

Bajé en silencio y le abracé por la espalda, aspirando y reteniendo su olor en mi memoria. Me dio un delicado beso en la frente en cuanto le solté y nos sentamos a desayunar, frente a frente, sin decirnos ni una sola palabra.

La tensión y el miedo eran palpables hoy. Le acompañé a la puerta de la aldea, intentando parecer, sin mucho efecto, segura de todo. Intentando que por su cara pasase una sonrisa, sin conseguirlo. Kakashi y Rin ya se encontraban allí.

-Qué chicos más madrugadores, ya sabes.

-Sí, bueno.

Rin tan solo nos sonrió a ambos y juntó sus manos tras su espalda. Un leve sonrojo surcaba su rostro, mientras que dirigía miradas disimuladas a su compañero.

-Minato-repetí por segunda vez esa mañana.

-¿Sí?

-Ten cuidado, por favor.

Una leve sonrisa pasó fugaz, mientras me revolvía el pelo, sacándolo de la perfecta coleta que había conseguido hacerme minutos antes.

-No lo dudes.

Obito no tardó en llegar y pronto los perdí de vista a los tres. A mí tan solo me habían encargado hacer ronda en las murallas que rodean la aldea. Tras un par de minutos mirando a la nada, suspiré y volví a mi puesto.

El viento rascaba allí arriba y el pelo revoloteaba furioso por doquier. El sol ya había salido y ninguna nube amenazaba con lluvia. Hoy sería un día bonito que tendría que pasar a solas en lo alto del muro.

Las horas pasaban lentas allí arriba hasta que Mikoto apareció, relevando del turno a un hombre bastante viejo y con cara de que en cualquier momento caería fulminado de aburrimiento. Nos reíamos como en los viejos tiempos. La echaba mucho de menos.

-Y dime, ¿qué tal con Fugaku?

-Bueno, bien –sus mejillas se pusieron coloradas al oír su nombre, pero yo solo le sonreí. – Estamos muy bien. Hemos pensado en casarnos, pero, bueno, hay ciertas "discrepancias" con ese tema.

Esbozó una sonrisa cansada mientras que se arreglaba el pelo para que no le tapase la visión.

-¿Voy a por algo de beber y te lo cuento? Esto está muy calmado, así nos ponemos las pilas.

Y se marchó sin dejarme siquiera decirle que sí, que por supuesto que sí. Tardó menos de diez minutos en volver a aparecer con dos bebidas humeantes en las manos y ambas nos sentamos dejando al aire nuestros pies, con el bosque de frente y la aldea, siempre majestuosa, de fondo. Me tendió el mío, pero en cuanto mis dedos rozaron la superficie, la cerámica se rasgó en mil pedazos y el líquido comenzó a caer de manera estrepitosa hasta el suelo.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, mientras Mikoto hablaba para sí cosas que nunca entendí. Miré instintivamente hacia el norte, hacia donde más o menos estaba Minato, al puente Kannabi.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora