La nueva jinchuriki.

740 34 0
                                    


Me desperté en el hospital, sola. La blancura de la sala hacía daño a mis cansados ojos, pero por suerte, el dolor de cabeza había remitido. Un pequeño rasguño, del tamaño de un guisante, adornaba mi frente, fruto de la caída que tuve...¿ayer? ¿antes de ayer? No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado y tampoco había nadie a quien preguntar. Un lirio solitario se alzaba en la mesilla situada debajo de la ventana, y la brisa de la mañana la mecía lentamente. ¿Quién habrá dejado eso ahí?

Me levanté dispuesta a irme, cuando un pequeño golpe me sobresaltó, el sonido de unos nudillos tocando suavemente en la puerta. Di el adelante, rezando que no fuese una enfermera. Tras unos segundos de intensa agonía, la puerta se abrió, dejando al descubierto una cara sonriente. Mi madre había venido a verme.

-Hola cariño, ¿cómo te encuentras?

Su tono de voz era dulce, pero en el fondo se escondía un deje de pánico, muy al fondo de su voz, aunque trataba de no hacerlo visible. No se movió cuando fui a abrazarla, pero tampoco me correspondió del todo al abrazo.

¿Estás viendo eso? Tu propia madre tiene miedo de ti, solo eres un monstruo para ella, al fin y al cabo, ella fue una de las que vio todo o que pasó.

Mi corazón se paralizó en ese instante. No sabía a ciencia cierta lo que había pasado en el bosque el otro día, pero intuía que había sido por mi culpa.

-¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Dónde está papá?

-Tranquila, cielo, tu padre está bien- unas lágrimas de alivio surcaron mi rostro. –has estado inconsciente un par de días solo.

Dos días en cama. Maldije al monstruo que habitaba en mi interior por eso, pero él solo me bufó para después ponerse a dormir. Al menos mi padre estaba sano y salvo, no le había hecho nada. Mi madre volvió a darme un abrazo y las dos volvimos a casa.

Mi padre se encontraba sentado en el salón, leyendo un pequeño libro negro. Al entrar nosotras, él solo levantó la vista para segundos más tarde, volver a centrarse en el libro. A pesar de que ambos intentaban sonar naturales y cercanos conmigo, la cena de ese día fue algo irreal. Los silencios escasos que había se habían vuelto muy tensos y sus voces temblaban cuando me llevaban la contraria en algo. Tras la cena, me fui a dormir un poco desilusionada. Era increíble que mis propios padres me tuviesen ese miedo, nunca les haría daño. Con estos pensamientos me quedé dormida.

-Kushina, despierta –escuché en un susurro.

-¿Mamá?

-Tienes clase, ¿recuerdas?

Realmente no lo recordaba. Las clases me parecían un recuerdo lejano y sin importancia. Asentí y mi madre abandonó la habitación. Yo rápidamente me cambié y bajé a desayunar algo. Tenía muchísima hambre, la comida me duró literalmente cinco minutos.

-Vaya, alguien se ha despertado con un hambre voraz, ¿eh?

La risa grave de mi padre resonó por la cocina, y yo solo pude esbozar una sonrisa. Me despedí de ellos y me dirigí a clases. Tras varios días sin ir, ¿habría notado alguien mi ausencia?

Nadie se ha preocupado por ti, no les caes demasiado bien, ¿recuerdas? Para ellos es mejor si desapareces.

Inconscientemente, inflé mis cachetes, enfadada, hasta que llegué a mi sitio. Solo ahí solté todo el aire que había estado acumulando. Observé a mis compañeros, se les veía contentos y despreocupados. El chico moreno que siempre se metía conmigo pasó a mi lado y puso cara de terror. Parece que Kyubi tenía razón. Sentí una mirada fija en mí, me di la vuelta rápidamente y encontré a Minato sonriendo en mi dirección. Me giré buscando a alguien más a quien pudiese dirigirle esa cálida sonrisa, pero solo estaba yo. Por acto reflejo, una sonrisa tímida se escapó de mis labios. Minutos después, llegó el maestro.

-Buenos días, chicos. Como ya os había comentado antes, por fin sabemos las fechas del examen. Mañana mismo os podremos examinar. Practicad mucho esta tarde, no os pongáis nerviosos y suerte maña, ahora, prosigamos con la clase.

¿Examen mañana? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Tendría que ponerme las pilas esta tarde. Junté mis manos y recé para que al día siguiente no nos hiciesen hacer copias.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora