Ya sabes.

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En cuanto ese hombre se fue de mi casa, la calma volvió. Celebré con mis padres haber logrado pasar el examen, hubo comida de más, y un deje de buenos tiempos del pasado teñía toda la escena. Echaba mucho de menos sentirme así con ellos. Feliz, segura y querida.

A pesar de todo, esa noche no fue buena. Los ojos escalofriantes del huésped de mi padre se fundieron en mis sueños. Todo este estaba impregnado de un color azul metálico, las personas, la luna, los gatos, todo. Paseaba tranquila por las calles de Konoha, acompañada de alguien. Su presencia era reconfortante, pero no logro recordar de quién se trataba. Tras entrar en mi casa con él, los ojos de este se transformaron en rejillas llenas de odio, de ese color azul. Me desperté llorando, llena de sudor, un ligero temblor dominaba mis manos. Me volví a acostar en la cama tras un breve paseo por mi cuarto para calmarme. El día anterior había sido muy movido, era normal este tipo de cosas en mí.

Nos habían dado un día libre. Mañana tendría que ir a ver quiénes serían mis nuevos compañeros de equipo, pero el día de hoy iba a aprovecharlo. Me desperté temprano y pedí a mi madre que fuésemos a desayunar fuera, por hacer algo especial los tres juntos. Le pareció una buena idea, al menos a ella. Mi padre últimamente estaba tan liado con su trabajo que apenas le veía, por lo que fuimos las dos solas.

Entramos en un pequeño establecimiento situado en el centro de la aldea. Era bastante acogedor, unos pequeños farolillos rojos colgaban del techo y unos manteles color pastel adornaban todas las mesas. Pedí un té y bolas de arroz, al igual que mi madre. La comida allí era deliciosa, y en menos de media hora ambas terminamos. Tras esto, mi madre se despidió de mi yo me propuse dar un pequeño paseo antes de volver. La gente hoy estaba muy animada, el ambiente era contagioso, tanto, que hasta yo tenía una pequeña sonrisa en el rostro.

Me paré ante un pequeño puente rojo, tenía unas vistas muy bonitas a un pequeño riachuelo de aguas cristalinas y me senté a observar los pequeños pececillos que se afanaban en ir contra corriente. Un chico joven se sentó a mi lado, sin pedirme permiso. Justo cuando iba a soltarle alguna bordería malhumorada me di cuenta de que era Minato con su enorme sonrisa.

Vinieron a mi mente recuerdos del día anterior y recé para mis adentros no haberme sonrojado, o al menos no muy visiblemente.

-H-hola, Minato, ¿qué tal, ya sabes?

Había estado pendiente en el riachuelo desde que se sentó. Desprendía un deje de melancolía y preocupación, tapado por una sonrisa. Sus dientes se veían muy blancos y perfectos, y sus labios parecían suaves. En el momento que hablé, dirigió toda su atención hacia mí y la melancolía y tristeza que había percibido se disolvió.

-Hola Kushina. Estaba dando una vuelta y te vi. De hecho te saludé hace un momento, antes de que te sentaras, pero parece que no me viste.

-Oh Dios, de verdad que no te había visto, ya sabes. Te habría saludado, te lo juro, ya sabes, no estaba prestando atención, lo siento, ya sabes.

Incliné la cabeza, algo avergonzada, pero él solo se rió, muy alto. Su risa era melódica y en parte contagiosa. Me dijo que no pasaba nada y me preguntó si no estaba nerviosa por el día de mañana, a fin de cuentas, se elegirían los grupos con los que estaríamos durante mucho tiempo. Claro que estaba nerviosa. Debió de verlo en mi cara, porque su sonrisa despreocupada se esfumó y su semblante se puso serio.

-Bueno, un poco, ya sabes. –me reí nerviosamente, intentando calmar el ambiente, sin mucho éxito.

Nuestras miradas estaban fijas el uno en el otro, ninguno decía nada. Nuestro silencio solo se interrumpía de vez en cuando por las salpicaduras de los peces al saltar fuera del agua, por lo demás, el tiempo parecía haberse detenido. Un grito rasgó el viento. Alguien le llamaba. Volvió a sonreír y se despidió de mí, deseándome buena suerte. Tras eso, fui directa a mi casa.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora