Es el fin.

498 24 0
                                    


Sus ojos pasaron desde la punta de mis pies hasta mi coronilla. Su mirada se tornaba entre lo lascivo hasta la repulsión absoluta en un solo segundo. Sin embargo, a mí el miedo me había paralizado de tal manera que no era capaz de sentir nada más. Un miedo absoluto. Me iba a pasar lo mismo que a ellos. Estaba perdida. Me iban a arrancar el pelo, desnudar, torturarme, demasiadas cosas que no quiero saber.

-Ven aquí, preciosa.

Otra vez esa mirada. Era paralizante, pero no en el buen sentido. Su voz aparentaba calma, pero sus movimientos eran acelerados. "Kyubi, por favor, ayúdame. Te lo ruego." Dio varios pasos hacia mí. Estaba al acecho, se iba acercando poco a poco, y mis pies, por el contrario, seguían sin responder a mis órdenes. "Cálmate, Kushina, por favor, cálmate, ya sabes." Un par de lágrimas más se sumaron a la catarata que se desbordaba por mis ojos. No distinguía nada de la habitación, pero la conocía lo suficiente como para saber orientarme incluso yendo a ciegas. La puerta se encontraba aún abierta detrás de mí. La ventana, cerrada, detrás de él. A mi lado derecho una gran estantería, pesaba demasiado como para poder tirársela encima antes de que me pillase.

Opté por calmarme un poco, lo suficiente como para que mis piernas no temblasen cual flan y me permitiesen moverme algo. Debía hacerlo. No solo porque fuese ya una ninja, capaz de enfrentarse a todo, en teoría, tenía que salir de esta, por mí y por mis padres. Sus caras amoratadas miraban hacia el suelo con una expresión vacía. Casi prefería ver eso a una mirada de dolor o de pánico eternas.

Nos separaban tres pasos escasos. En cuanto vi que volvía a la carga, con esa falsa sonrisa y esos ojos despiadados, mis piernas obedecieron mis súplicas y escapé escaleras abajo. Las iba saltando de tres en tres, aun a riesgo de caer rodando, era mejor que bajar despacito. Las suyas eran largas y rápidamente acortaban distancia.

Salí descalza al jardín trasero. Corría lo más rápido que podía. Las flores se iban deshaciendo tras mis pisadas fuertes. Me internaría en el bosque, así podría despistarlo e ir a la aldea por ayuda.

Tras pasar un pequeño grupo de árboles, me escondí entre la maleza. Tenía que darme prisa antes de que encontrasen mi chakra, sino, estaré perdida. Me arrastré entre los arbustos oscuros. Las ramas se quedaban enganchadas en mi pelo y las piedrecitas se clavan en mis rodillas y codos. No me atrevía a volver a entrar en casa, no había visto salir a nadie, no podía arriesgarme, así que rodee la casa despacio. No había señales de haber nadie por los alrededores, pero a pesar de eso, no quería salir de la espesura del bosque. Me levanté para ir pegada a los árboles. Mis rodillas sangraban e iban dejando el rastro de mis movimientos, eso no era bueno.

Había unos escasos 30 metros más de bosque hasta desembocar en un camino abierto. Suspiré en la linde del bosque. Tras un rápido vistazo a mis alrededores, decidí lanzarme. Corrí lo más rápido que me daban las piernas de sí. El viento ululaba en mi oído, fuerte, me revolvía el cabello, poniéndolo en mi cara. Corría y saltaba con la esperanza de ganar tiempo, de ver a alguien. Algo afilado y frío me rozó el brazo. Un reguero de sangre empezó a bajar tranquilo de la pequeña herida que se formó.

Un grito desgarrador escapó sin querer de mis labios cuando mordí el suelo. Un gran peso se agolpaba en mi espalda, impidiéndome respirar. Las lágrimas volvieron a salir y mi cuerpo temblaba de nuevo. Me dieron un fuerte tirón del pelo mal recogido y una katana se apoyó suave en mi cuello.

KushinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora