Capítulo 1: Narices falsas

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El sencillo saco de lana apenas me protegía de esa fría noche de invierno. Me abrazaba a mí misma mientras caminaba encorvada hacia el parque. Odiaba trabajar en las noches así pero de alguna manera debía ganar dinero.

El corset apenas si me dejaba respirar y creía que los zapatos iban a reventarse. Si, había ganado peso y la ropa de mi hermana ahora me quedaba chica. Pero no podía comprarme un buen vestido, sofisticado como el de las otras, para trabajar.

En todo esto pensaba cuando una figura masculina al final de la calle, en la esquina, llamó mi atención. El farol y la luz de la luna resaltaban el color y brillo de su traje negro, de muy buena calidad. Llevaba una capa y un sombrero ancho, por la forma en que se movía, parecía que estaba ebrio.

Me lamí el labio con una sonrisa. Aquél hombre alto, delgado y  seguramente ebrio necesitaba un poco de compañía en una noche como esta...

Comencé a caminar erguida, con la cabeza bien alta y moviendo mi cuerpo de manera sugerente. Aunque él estaba de espaldas, supuse que me miraría cuando escuchara el sonido de mis tacos.

Ese hombre tenía dinero, su ropa lo decía a gritos. Lo llevaría a casa y me encargaría de él, nos veríamos hasta ganarme su absoluta confianza. Luego su cuerpo terminaría en el río, igual que los otros.

Por la otra esquina, vi aparecer una sombra y me detuve al escuchar el sonido de esas botas que tanto nos asustaban. Tragué saliva y me escondí detrás de un árbol. Espiaba por entre las ramas.

- No ahora, por favor, no ahora. - susurré cuando reconocí el traje azul y la larga nariz de Eugenne, el jefe de policía.

Para mi sorpresa, el hombre bien vestido, mi presa, se giró al ver al policía y comenzó a caminar con lentitud hacia mí. Asustada, creí que era una trampa. Quizás los dos estaban ahí sólo para atraparme a mí, tal como hicieron con Adeline.

No podía correr porque no tenía donde esconderme, ya que en casa esperaban las otras y todas habríamos terminado presas.

En lo que me pareció una eternidad, el vanidoso de Eugenne cruzó la calle y siguió su camino, haciendo resonar las botas como advertencia.

Solté el aire y salí de mi escondite. El hombre rico y yo quedamos frente a frente, separados por unos diez pasos. Avancé uno y noté que su rostro estaba bastante demacrado. Su bigote tupido era extraño y su nariz... Era falsa.

¿Quién era ese hombre? Seguro no tenía buenas intenciones porque trataba de ocultar su rostro. Quizás era algún ladrón y por eso huyó al ver a Eugenne. Por alguna razón, ese hombre me inspiraba mucha curiosidad y, aunque no le conocía, no temía.

Ahí estaba yo, parada en medio de la calle, observando con curiosidad a ese hombre extraño cuando lanzó un suspiro, mas parecido al resoplar de un caballo que al suspiro de un hombre. Y me habló con voz ronca, en un tono agresivo.

- ¿Ya viste suficiente?

- ¿Quién eres? - le pregunté, sonriendo de lado.

- Hazte a un lado - avanzó un paso y llenó su pecho de aire.

- No - murmuré y avancé dos. Ese hombre no me daba miedo, ningún hombre me da miedo - ¿Quién eres y por qué huyes de Eugenne?

Él no dijo nada y recién entonces me fijé en sus ojos. Jamás había visto ojos así, ojos que brillaban como brasas en la oscuridad, ojos que te aterraban y escondían  una profunda tristeza en su interior.

- Ya deja de mirarme, mujer - me pidió con voz lastimosa y desvió su mirada a la vez que bajaba la cabeza.

- No me digas mujer, mi nombre es Madeleine - repliqué extendiéndole mi mano.

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