Capítulo 44: Escorpión

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La gata empezó a ronronear mientras daba pequeños maullidos.

- Miau miau miauuu - le dije sonriente mientras sus pupilas se achicaban y volvía a maullar. Yo le respondía tratando de imitar su voz felina.

Erik entró en la sala un poco intranquilo. Yo le ignoré y seguí maullando con la gata sobre mi pecho, que parecía dormirse por momentos.

- ¿Cómo puedes estar tan tranquila? Dentro de una hora seremos cenizas.

- ¿Y qué gano preocupándome? Lo mismo que tú: nada. Además, yo no le temo a la muerte. - respondí con orgullo.

- Yo tampoco le temo a la muerte... Es a mí a quien temo - suspiró sirviéndose un trago.

Le miré un segundo y comprendí que hablaba en serio. Aunque Erik se sentía ajeno a cualquier compromiso con la humanidad, algo dentro suyo no dejaba de culparle... Y era su bondad, la pureza de su alma la que le decía que no podía hacer ese daño. Pero su resentimiento y su odio luchaban y se desesperaba a cada momento.

Dejé a la gata en el suelo y me levanté del sillón. Caminé hasta un pequeño mueble y comencé a buscar algo con qué entretenerle.

- No pienses más - le pedí con firmeza. Encontré su juego de dominó y sonreí. - Mira esto, hace años no juego.

- No me gusta que toquen mis cosas y lo sabes - gruñó con sus brazos en jarra. Ese era mi Erik y no el hombre temeroso.

- Calla y siéntate ahí - le señalé una silla y me senté frente a él con una gran sonrisa. El dominó era mi juego favorito porque siempre lograba ganarle.

Erik esbozó una leve sonrisa cuando le repartí sus fichas. Comenzamos a jugar y logró distraerse bastante aunque a cada segundo miraba el reloj. Cuando terminó la segunda partida, me levanté a preparar algo rápido y simple para comer.

Puse los platos en la mesa y Erik apareció con una botella de un vino bastante caro.

- Quizá deba retirarme así puedes cenar con ella - murmuré cayendo en la cuenta de que había olvidado por completo a Christine y sólo había dos platos servidos.

Erik suspiró y entró en el cuarto de la muchacha con rapidez, sin golpear.

- ¿Quieres cenar conmigo, Christine Daeé? - preguntó con ironía.

- Le agradezco, Erik, pero no tengo hambre - respondió ella en voz muy baja.

Erik cerró la puerta y me miró como si yo fuese idiota. Y realmente me sentí idiota en ese momento. ¿Cómo iba a querer comer con su raptor? ¿Cómo iba a sentarse a la mesa del tipo que pretendía volar París?

Sonreí como idiota y me senté frente a mi plato, en silencio. Y esa fue la cena más tensa que compartimos Erik y yo. Él bebió casi la botella completa mientras yo apenas había podido tomar media copa.

- Son las once - anunció con pesar mientras jugueteaba con la servilleta. Lanzó una de sus carcajadas macabras.

Cerré los ojos y sentí un sudor frío recorrer mi espalda. Miedo.

- E-estaré afuera - murmuré levantándome de la mesa.

Salí de la casa y me senté en el bote. Saqué un cigarrillo y comencé a fumar. No podía dejar de temblar pensando en la respuesta de Christine.

Pronto, las risotadas furiosas de Erik y el llanto de Christine llenaron la noche. Él hablaba y hablaba mientras ella sólo podía llorar... Pero aceptaría porque sabía tan bien como yo que no había otra salida.

Erik apareció a mi lado con la palidez de un muerto.

- Le he dado cinco minutos para pensarlo - me dijo con voz temblorosa - Cinco minutos que puedes usar para huir porque sé que no aceptará.

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