Capítulo 46: Mi casa es tu casa

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- ¿Y qué has hecho en los últimos cuatro días? - pregunté luego de un rato de silencio.

- Sufrir y sentir que moría. Y hoy fui a ver al daroga, hace un par de horas - murmuró mientras se quitaba los zapatos y se acostaba en mi cama.

Traté de ignorar su exceso de confianza frunciendo el ceño ante la mención del persa.

- Fue a verme a la tienda hoy, por la tarde - recordé - Estaba preocupado por Christine y el vizconde, y me preguntó por ti.

Erik cerró los ojos con un suspiro y puso sus manos bajo su cabeza.

- El daroga es así de molesto, siempre se preocupa por todo.

- ¿Por qué viniste a verme?

Me miró con los ojos llenos de lágrimas.

- ¿No te alegras de verme?

- Por supuesto que sí - le sonreí con cariño y él volvió a cerrar los ojos.

- En realidad pensaba en matarme y venía a despedirme de tí. - respondió con sinceridad.

Debería haberlo descubierto por la forma en que hablaba y lloraba. Traté de no sentirme mal y pensar en levantar su ánimo pero no podía ignorar ese dolor horrible en mi corazón.

- Puedes quedarte en mi cuarto esta noche y todas las que quieras, Erik - murmuré levantándome de la silla. Trataba de sonar alegre - Creo que tu compañía me hará bien y yo puedo hacerte bien a ti.

Él sonrió y se incorporó despacio para quitarse el saco.

- Eres tan buena... - susurró.

- Hay ropa en mi armario, yo estaré en el cuarto de en frente por cualquier cosa que necesites - le dije y él tomó mi mano.

- Gracias - murmuró con la voz temblorosa. Tuve la certeza de que lo necesitaba más que nunca. Y él necesitaba a alguien, quien quiera que fuese... Yo pensaba convertirme en ese alguien.

- Promete que no me dejarás - supliqué y él quiso soltar mi mano pero yo la apreté más fuerte - Prometemelo.

- Sabes bien que odio las promesas y nunca las cumplo. Son para los idiotas.

- Tú eres un idiota así que promete que no me dejarás - repliqué y él esbozó una leve sonrisa.

- Lo que digas, Marius, pero tú tampoco me dejes - me miró con seriedad.

- Lo prometo. Ahora descansa - besé su mano en un impulso, una ocurrencia repentina y luego salí de la habitación.

Entré en el cuarto de Alice y Antoine y me vestí con una ropa de dormir que mi hermana había olvidado llevarse. Me dormí pensando que ahora sí tenía una oportunidad con él.

Los sábados solía dormir bastante puesto que mi estudio no abría ese día y aprovechaba para pasar tiempo con mi familia. Pero ahora era diferente y no sentía ganas de levantarme sabiendo que ellos no estaban ahí.

No pensaba salir de la cama hasta la hora del almuerzo pero un sonido chirriante me hizo incorporar. Luego escuché una tecla del piano de la sala, ese piano era de mi sobrino Emile y no dejaba que nadie se acercara.

- ¡Maldición!

Me levanté rápido, me envolví con la bata de Alice y bajé corriendo a ver qué demonios le hacía Erik al piano.

- ¿¡Qué haces con eso!? - grité al llegar a la sala.

Erik lo había desarmado y no comprendía lo que quería hacer metiendo su cabeza dentro del agujero de las cuerdas o teclas o lo que haya sido eso que superaba mi entendimiento. Al oír mi grito, dio un pequeño saltito y murmuró un insulto.

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