Capítulo 7: Una criatura muy dulce

355 42 21
                                    

- ¡Ya sé que quiero aprender! - exclamé.

Erik, que estaba muy concentrado en su escritorio trazando un plano, dio un salto en su lugar y me miró con enojo. Sonreí y me acerqué a él lentamente. Erik odiaba ser interrumpido y a mí me encantaba molestarle.

- Quiero aprender a hacer lo que tú estás haciendo ahora - susurré mirándole a los ojos.

- ¿Quieres ser arquitecto, Madeleine? - preguntó con voz suave, como si hablara con un niño.

- Sí, Erik, quiero ser arquitecto - respondí rodando los ojos. Tomando asiento frente a él, le sonreí.

- Lo que digas, mujer - resopló guardando su plano y colocando unas hojas en blanco sobre la mesa - Pero debes poner atención a todo lo que yo te explique u olvídate de que vuelva a enseñarte algo - replicó con voz autoritaria.

Supe que hablaba en serio y pasé saliva. ¿Sería capaz de aprender algo? ¿Sería capaz de prestar atención? Mis padres siempre decían que yo era una tonta y me consideraban torpe y distraída, nunca me dejaban tocar cosas frágiles.

- Escucharé todo lo que tengas para explicarme, seré tu mejor aprendiz - respondí, luego de pensarlo, con una sonrisa.

Desde ese día, Erik se convirtió en mi maestro. Me enseñó matemáticas, física y muchas otras cosas más relacionadas con las construcciones. Me dio un cuaderno que llenó de ejercicios para poder practicar mientras él trabajaba en otras cosas o tocaba sus melodías.

Pronto me acostumbré a oírle cantar hermosas canciones de amor que removían una parte de mí que creía muerta. Pero, cuando bajaba las escaleras y veía su rostro cubierto por el antifaz, el hechizo se rompía.

Una mañana, me encontraba en la cocina preparando el desayuno. No me sentía de muy buen ánimo ese día porque no podía dejar de pensar en mi hermana. Llevaba tres meses viviendo con Erik y en ningún momento había contactado con ella por miedo a salir de la casa.

Cuando salía a hacer las compras, elegía las horas más oscuras y trataba de cubrir mi rostro y mi cabello lo mejor posible. Además, no iba hasta el centro de París y le compraba a los pequeños comerciantes que estaban antes de llegar al primer puente.

Me pareció escuchar que Erik me llamaba.

- Ya voy - murmuré secando una lágrima en mi mejilla.

Caminé por el pasillo y no vi a Erik por ninguna parte. ¿Realmente me había llamado?

- ¿Erik? ¿Me llamaste? - pregunté a media voz.

La puerta de su cuarto estaba entreabierta y me acerqué a ella despacio. Caí en la cuenta de que nunca había entrado en él, ni siquiera para limpiar o acomodar. La empujé un poco y grité asustada al ver un ataúd con ropa de cama y, a su lado, una mesita de noche. ¿Erik dormía en esa caja?

¿Por qué tenía un ataúd? ¿Pensaba morir?

Cerré la puerta con rapidez y, al girarme, choqué con Erik. No llevaba su máscara puesta y me miraba enojado. ¿Me castigaría por entrar en su cuarto? Aunque no había entrado... ¿Me castigaría por ver su ataúd? ¿Trataría de asfixiarme como cuando lo conocí?

Yo odiaba los ataúdes. La única vez que vi uno fue cuando mi abuela murió. Yo era una niñita de once años en esa época y la amaba. Realmente amaba a esa mujer.

El miedo, pensar en Erik muerto, el terror, el ataúd, mi hermana, la soledad, mi abuela, la depresión que llevaba meses ocultando...

Comencé a llorar desconsoladamente y sentí que las piernas me fallaban. Estuve a punto de caer pero él me sostuvo de los brazos y me apoyó en su pecho. Me abrazó con fuerza y yo sólo lloré con más ganas.

Lo que digas  #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora