Capítulo 11: Marius el negociante

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El señor Garnier había sido aprendiz del "buen Erik" en su juventud. Era un tipo excéntrico que se consideraba un genio, un adelantado de su época. Sólo tuve que nutrir su vanidad con palabras elegantes y con frases como "espero alguna vez poder llegar hasta donde usted está" para metérmelo en el bolsillo y hacerle aceptar nuestra ayuda. Además, había visto un par de veces al verdadero Marius y tenía un grato recuerdo de él.

Se decidió que trabajaríamos siendo sus auxiliares y nos encargaríamos especialmente de los cimientos para percibir el cuarenta por ciento de las ganancias.

Como le caí muy bien al vanidoso, que era incapaz de darse cuenta de lo exagerado de mis palabras, me prometió que me buscaría algún trabajo. Le agradecí con entusiasmo y volví a la casa alegremente.

Silbaba y saludaba a todos a mi paso, como lo hubiera hecho el propio Marius...

¿Dónde estás ahora, Marius Fontaine? ¿Quién eres? Me imagino que eres lo que siempre he deseado ser, me imagino que tienes la fortaleza para aguantar los golpes, las lágrimas... Puedo ver que llevas una enorme sonrisa en el rostro y pisas el mundo como si fuese tuyo.

Pero... ¿Quién eres? Creo que no eres nadie, igual que yo. Siento que somos dos seres insignificantes tratando de importarle a alguien, tratando de demostrarle algo a alguien.

¿A quién?

- Lo conseguí - exclamé radiante, entrando en la casa. Erik estaba sentado en su escritorio y me miró incrédulo. Le dejé el documento, que Garnier y yo firmamos, junto a su mano - El cuarenta por ciento es nuestro pero debemos planear los cimientos y ser sus auxiliares.

- ¿Le sacaste el cuarenta? - preguntó asombrado.

- Sí, le hubiera sacado más pero Marius no se aprovecha de las buenas personas - resoplé fingiendo desgano y me tiré en el sillón.

- Ni el propio Marius lo hubiese hecho mejor - respondió leyendo el papel. Aún seguía sin creerlo.

- Creo que deberías darme un regalo en forma de agradecimiento - murmuré acomodando las solapas de mi saco.

- No soy bueno con esas cosas - respondió bajando la vista - Jamás he comprado cosas para mujeres.

Alcé las cejas sorprendida. ¿Jamás había cortejado a una dama? Él estaba ruborizado y sonreí con ternura. ¿Era posible que nunca haya intentado acercarse a una mujer?

- ¿Alguna vez... has...? - me detuve y me reí como tonta - Bueno, ya sabes... - me encogí de hombros. Me costaba hacer la pregunta y no sabía porqué.

- No es asunto tuyo - respondió con enojo y nerviosismo.

Comprendí que la respuesta era "No" y me quedé viéndole. Me resultaba sumamente tierno que un hombre de su edad, que debía tener poco menos de cuarenta años, nunca hubiera estado con una mujer.

Conociendo a las mujeres con las que trabajaba, ninguna hubiera querido tocarle ni por todo el oro del mundo. La noche en que le vi por primera vez, yo tampoco quería atenderle. Pero ahora, que conocía su dulzura, sus sonrisas, su majestuosa voz, su inteligencia...

Garnier estuvo en casa varias veces para hablar sobre los planos y explicarnos la cantidad de pisos que tendría la Ópera. Tenía ideas increíblemente bellas que me dejaron sorprendida y traté de aprender lo más que pude de él. En cambio, Erik le miraba sin decir una sola palabra. Simplemente asentía en silencio.

Durante ese tiempo, nuestras charlas abarcaron cosas técnicas hasta que Garnier me buscó para decirme que me había conseguido un trabajo. Desde ese día, Erik y yo apenas si cruzamos palabras.

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