Erik y yo llevamos el cuerpo adormecido del vizconde Raoul de Chagny hasta un rincón apartado, debajo de la casa del lago. Le llamábamos la bodega de los comuneros. Ató su cuerpo a una silla y le dejamos ahí.
Ninguno hablaba y volvimos a la casa. Pusimos el cuerpo del persa en el bote y me quedé viéndole.
- Felicidades - le tendí la mano y nos dimos un apretón. Yo permanecía seria y él se veía apacible, tranquilo.
- Gracias.
- ¿Por qué? ¿Por llevarme al daroga? - pregunté con ironía.
- No - puso una mano en mi hombro y un nudo se hizo en mi garganta - Gracias por estar.
Desvié la vista.
- Escríbeme o vayan a visitarme de vez en cuando... Los D'Azur aman a Christine - sonreí débilmente.
"Todos la aman..."
- Lo haré.
- Ve, Erik, ella te espera - murmuré y me subí al bote despacio.
No miré atrás mientras remaba...
Puse un brazo del persa sobre mis hombros y lo sujeté por la cadera, como si estuviera ebrio. Me costó horrores bajarle del bote y luego subirlo a una berlina que pasaba por ahí. Fingía que era mi amigo ebrio y que iba a dejarle en su casa.
Tras golpear la puerta de su casa, le dejé acostado en el suelo.
- ¡Ahora corramos antes de que abra la puerta su mujer! - exclamé con una carcajada mientras el conductor fustigaba a los caballos, coreando mi risa.
Llegué a mi casa y me sentí sola, muy sola. Ya no tenía ganas de reír ni de llorar. No. Me sentía como si todo hubiera sido un mal sueño. Me sentía irreal.
Me acosté creyendo que despertaría siendo otra persona pero nada de eso sucedió. Se necesitaban muchas cosas para lograr ser otra persona...
Durante cuatro días viví mi vida de Marius, el sonriente caballero, sin ningún sobresalto. Reía y reía pero llegaba a casa, me miraba en el espejo y me odiaba. No lloraba, no podía.
Esa noche me sentía verdaderamente deprimida. Le escribí una carta a mi hermana tratando de poner mis mejores sentimientos y decirle lo mucho que le quería, lo mucho que la extrañaba y que las cosas habían mejorado en París y Eugenne había olvidado su historia.
Como tenía insomnio, tomé varias gotas para dormir mezcladas con ron y algunos somniferos de Antoine. No lo supe en ese momento, pero pretendía morir y la carta, que tan tierna sonaba, era una despedida.
Yo deseaba morir, no soportaba esa soledad...
Desperté sin ganas de comenzar el día pero debía hacerlo. Rompí la carta y me sentí muy idiota por haber fallado en ese intento. Traté de despejar mi mente y no pensar mucho en eso pero sabía que, al volver del trabajo, habría un arma cargada esperando por mí en la mesita de noche.
Llegué al estudio y pronto Jacques me ayudó a centrar mi atención en otra cosa. Desayuné con él puesto que me deprimía desayunar sola en casa.
Salí del estudio y pasé directamente a la tienda de pañuelos. Necesitaba estar con personas. Las personas me permitían dejar de pensar, las personas llenaban todo con sus voces y risas y me hacían olvidar. Amaba a las personas por esta razón.
Y la tienda era el lugar perfecto para hablar y hablar y hablar. Una de las señoras que me tocó atender, una agradable señora ya entrada en años, me contó que en el diario salió la noticia de la muerte de Philippe de Chagny, que apareció tirado en la calle Scribe.
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Lo que digas #1
RandomNunca imaginé conocer a un hombre así. ¿Es posible la felicidad para una persona rota como yo? ¿Será que puedo volver a enamorarme? ¿Será que él logre amarme alguna vez? Fanfic sobre "El fantasma de la Ópera" #1 en Thephantomoftheopera :D (01-2019...