Capítulo 30: El muerto viviente

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- ¿Y bien? El paquete - murmuró con cierta reserva señalándolo sobre la mesa.

- Ábrelo tú, genio, y dime qué es - repliqué mordaz.

No podía ver la expresión de su rostro a causa de esa porquería que llevaba en la cara. ¿Por qué tenía que usar una máscara? Yo lo amaba y me dolía verlo con eso.

Con curiosidad, abrió el paquete con movimientos delicados de sus manos mientras yo sonreía como una niña. Le había extrañado tanto...

Que cobarde fui.

- Harina, nueces, azúcar, huevos, manteca, esencia de vainilla... ¿Provisiones? - entonces comenzó a reírse con histeria y yo puse los ojos en blanco - ¿Piensas vivir aquí?

- ¡No! Sólo quiero cocinarte tus pastelillos - expliqué con dulzura mientras él evitaba mirarme - Por los viejos tiempos, quizá le de la receta a tu futura esposa.

Él se dejó caer pesadamente en un sillón y se quitó la máscara.

Su rostro... Ya lo había olvidado. Los años le habían dejado prácticamente sin cabello y su piel se veía más avejentada, como un cuero seco. Sentí mucha pena por él.

Me recompuse rápidamente de la impresión, parpadeando mientras él me estudiaba con la mirada.

- ¿Cómo va todo con ella? - pregunté mientras comenzaba a mezclar los ingredientes. Debía apurarme para tener todo listo a la hora del té.

- ¡Ah! No lo sé, es... Extraño... - exclamó con dolor.

- ¿Qué significa eso?

- Es a causa de su bondad.

- ¿Su bondad?

- Sí, su bondad me hace sentir miserable.

- ¿Su bondad te hace sentir miserable?

- Si... Es que parece algo falso, es como actuado.

- ¿Falso y actuado?

- ¡¡Deja de repetir lo que digo, maldita sea!! - gritó haciéndome saltar y casi volteo la mezcla que estaba preparando.

Me llevé una mano al pecho con gesto dramático.

- Casi me matas del susto, Erik - le reproché mientras volcaba la preparación para meter al horno.

- No quiero seguir hablando de ella contigo, ¿sabes? Prefiero escucharte a ti. - me miró con tristeza y me enternecí.

¿Sería posible la historia del Daroga? ¿Sería posible que Erik la tratase de esa forma? Comprendí que aún no era el momento de averiguarlo. No. Pasaríamos una bonita tarde y luego se lo preguntaría.

- Pues - sonreí pensando - tu voz es más bonita pero si quieres puedo contarte de mi viaje a Toulouse.

Él asintió y comencé a contarle desde el momento en que me bajé del tren y cuando volví a subirme.

La historia de la fábrica los D'Azur le interesó mucho. Se rió mucho cuando le dije que escuché a Claire llamarme "rubio enano" y después me regañó por escuchar conversaciones ajenas.

Antes, cuando éramos buenos amigos, siempre me retaba cuando hacía algo malo. Y ahora lo estaba haciendo otra vez, cosa que me pareció tierna.

Me preguntó porqué me fui y le conté desde el momento en que me contaron lo que pasó en el palco cinco hasta que me subí al tren.

Los pastelillos estuvieron listos y Erik preparó el té. Se lo veía alegre y le pedí que me contara alguna de sus anécdotas. Continuamos hablando y me fijé en la hora. Eran cerca de las nueve de la noche y suspiré.

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