Capítulo 31: La calle del farol

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Bajé las escaleras con pesadez. Tenía los ojos rojos, hinchados de tanto llorar y mis piernas me dolían como si hubiese corrido toda la noche hasta Burdos. Estúpido persa, estúpida cantante, estúpido Erik. Los odiaba a todos esa mañana y mi humor estaba de perros.

Por esta razón, no desayuné con la familia. Suficiente tuve con las preguntas de Alice por mi hora de llegada.

- ¿Qué le importa a ella lo que hago con mi vida? - murmuraba camino a mi estudio.

No tenía muchas ganas de trabajar pero tampoco tenía ganas de quedarme en casa. A veces, mi pequeño estudio se comportaba como un santuario y me alejaba de todo lo mundanal, permitiéndome centrar mi alma y mi atención en los problemas que aquejaban a mi corazón.

- Buenos días - saludé con seriedad y todos mis ayudantes me respondieron sonrientes. ¿Por qué la gente siempre está de buen humor cuando uno se siente como un pobre diablo?

Entré en mi despacho y miré mi escritorio lleno de planos para corregir. Suspiré con fuerza. Es una suerte tener mucho trabajo porque, de esta manera, logras olvidar tus penas un momento. Y eso hice toda la mañana: olvidar. Llamé a Jacques y trabajamos codo a codo. Su presencia me evitaba divagar.

Para la hora del almuerzo, caminé tranquilamente hasta casa. Planeaba comer con la familia, ya que las charlas delirantes de Alice y Antoine me harían reír con ganas y seguir sin pensar en él, ella...

- Lo siento, señor, pero no será posible porque salieron a comer afuera - me explicó con parsimonia el mayordomo.

- ¡Genial! ¡La familia feliz! - exclamé con sarcasmo y volteé para no mostrarle mi rostro rencoroso.

Entonces se me ocurrió una idea. Suspiré y puse mi mejor sonrisa de buen señor. Me giré despacio y me reí un poco al ver su expresión atónita.

- Bernard, ¿usted ya ha almorzado? - pregunté con suavidad, siempre fingiendo esa voz ronca.

- No, señor - respondió mansamente.

- Pues te invito a comer. ¡A ti y a todos los que trabajan aquí! - extendí los brazos con alegría mientras él me veía como si estuviese loca - ¿Qué esperas? ¡Quiero que se prepare la mesa como si hubiese una gala y que cada uno esté allí sentado con un gran plato de comida en frente!

Subí a mi habitación y dormité un poco hasta que me llamaron a almorzar. El mayordomo, dos doncellas y el jardinero me esperaban, con su servilleta al cuello, para empezar. Y comimos, bebimos, reímos. Fui amable con ellos y ellos lo fueron conmigo. Ya había olvidado lo divertido que es charlar con gente humilde, lejos de los señores y las señoras adineradas...

El día siguiente me sentía de mejor ánimo y, luego de devorar mi desayuno, llegué a mi estudio con muchas energías. Tenía ganas de planear algo para lograr separarlos y se me ocurrió unir fuerzas con el Daroga.

Me encontraba tratando de evaluar los pros y contras de esa empresa cuando Jacques entró con una carta para mí. Habían enviado a un mensajero con ella, que le cobró unas buenas monedas a mi asistente. No le creí su historia pero le di las monedas sin protestar cuando reconocí la letra de Erik.

Una vez sola, examiné el sobre, en el que decía mi nombre y la dirección. Sólo eso. La abrí temblorosa y la leí con rapidez puesto que era muy escueta. Decía:

Marius:

          Ven a verme esta medianoche. Te esperaré en esa calle, la del farol, tú sabes cuál.

Pd.: Se puntual, rubio.

 
Mis saludos, Erik.

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