Capítulo 12: Ese hombre ojos de jade

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La amistad de Erik y el Daroga era un tanto especial. Por momentos, parecían hermanos y hablaban de los buenos tiempos que pasaron juntos en Persia. Por momentos, parecían odiarse y todos los buenos tiempos en Persia, todas las anécdotas divertidas escondían una historia macabra detrás. Parecían perro y gato.

El Daroga, que era llamado así por haber sido el jefe de policías en Persia, sentía mucha lástima por Erik y apenas si podía mirarle a los ojos cuando hablaba. En cambio, Erik parecía apreciar al persa pero comprendí que lo estimaba sólo porque era su único amigo.

En un momento, el hombre y yo quedamos solos porque Erik fue al baño.

- Entonces, ¿cómo conoció usted a Erik? - pregunté porque apenas comenzaba a enterarme de su existencia.

- Me enviaron a buscarle al circo para llevarlo ante la sultana. Ella quería conocerle porque había oído los trucos de Erik - explicó alegre.

- ¿Y por qué usted salvó su vida? ¿Qué sucedió?

- Bueno... - su semblante cambió y se puso serio - Erik sabía muchas cosas y me enviaron a matarle... Yo no pude hacerlo.

- ¿Le perdonó la vida? - admiré a ese hombre.

- Sí y eso puso en riesgo mi vida así que tuve que dejar el país.

Iba a preguntarle algo más pero Erik volvió a la mesa. Continuamos la charla sobre cosas poco interesantes como política. En ese momento, unas cortesanas entraron en la taberna. Palidecí al reconocerlas dado que Alice y yo habíamos peleado con ellas infinidad de veces. Erik notó el cambio en mi semblante y dijo que debía retirarse porque no se sentía muy bien. Rápidamente, el Daroga también se levantó y los tres salimos a la calle. Nos despedimos y Erik le prometió que iría a visitarle.

Comenzamos a caminar lentamente hacia la casa. El frío de la noche helaba mis mejillas.

- ¿Qué te sucedió en la taberna? - preguntó de repente.

- Es que yo conozco a esas mujeres - murmuré en voz baja.

- Marius no las conoce... - respondió y se detuvo. Me tomó de los hombros y me hizo mirarle. - Sé que es difícil para tí pero piensa que no puedes reaccionar así cada vez que te cruces a alguien.

- Es que... Me tomaron por sorpresa - me excusé y él sonrió.

- Nadie ni nada debe tomarte nunca por sorpresa. Tienes que saber las respuestas antes de que te pregunten, ¿entiendes? Imagínate que estás en tu trabajo y aparece un antiguo cliente tuyo... ¿Qué crees que pase si te pones pálida y tartamudeas como ahora?

- No me hagas pensar en eso - susurré con un hilo de voz. Odiaba recordar mi antiguo trabajo, esos hombres...

- No lo digo con maldad, lo digo para que estés preparada. Sé que te duele toda esa historia pero es posible que algo así suceda y quiero que estés lista.

- Está bien - respondí débilmente.

Continuamos el camino y, como me sentía muy nerviosa, comencé a fumar un cigarrillo.

- ¿Quieres? - le pregunté. Él asintió y tomó el que le ofrecí.

- Te pido perdón por no haberte contado sobre el Daroga.

- En realidad, hay muchas cosas que no me has contado - le reproché sin mirarle.

- Lo sé. El problema es que hay cosas muy feas y tristes en mi vida, cosas dolorosas de las que no quiero hablar - murmuró con tristeza.

¿Qué podía contestar a eso? Nada, no podía decirle nada. Estaba en su derecho de contarme o no hacerlo, yo no podía obligarle a pesar de haberle confiado varias cosas. Suspiré y le tomé del brazo mientras apoyaba mi cabeza en su hombro. Le vi sonreír y caminamos así hasta llegar a la casa.

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