Capítulo 24: Un viudo codiciado

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Salió el sol y comprendí que no había dormido nada. Las ocho horas que debía destinar a hacerlo las usé para pensar en un sinfín de cosas. Hacía tiempo no pasaba una noche así.

Me vestí sin prisas y salí al pasillo. Otra vez yo acariciando mi cabello rubio con la mano izquierda cuando sentí una voz cantarina. Sigilosamente, me acerqué al lugar de dónde provenía.

Me topé con una gran sala, atestada de cuadros semipintados y varias otras obras finalizadas, que acababa en un hermoso balcón que recibía toda la luz del sol.

- ¿Hay alguien? - pregunté con indecisión. Luc no mencionó ningún pintor que viviera con ellos.

Vi entrar a Claire desde el balcón, con una gran sonrisa en su rostro. Llevaba puesto un curioso vestido que no se  ensanchaba en la falda, como solían usar todas las mujeres. No. Éste parecía una larga túnica de color amarillo que no marcaba su silueta.

- Disculpe yo... - empecé a decir y me giré creyendo que llevaba un camisón.

- ¡Oh! Es mi vestido favorito, yo misma me lo hice.

"Con razón es tan feo" pensé. Me giré y le dediqué una sonrisa tranquila.

- ¿Pinta, Mademoiselle Claire? - pregunté, con respeto y admiración, al notar que llevaba un pincel en la mano.

- Pinto, canto, bailo, dibujo, escribo poesía, toco el piano, el violín y la lira - respondió alzando la barbilla con orgullo.

"Qué mujer más engreída..."

- ¡Magnífico! - exclamé sonriente, giré sobre mis talones y seguí camino hasta la cocina.

"Y yo, que sólo sé hacer planos..." me recriminé por la mente. Erik podría haberme enseñado cosas sobre música si yo le hubiese pedido. Incluso quería enseñarme a cantar... Aunque sinceramente nunca me llamó la atención y sólo me gustaba escucharle cantar y tocar, sin importarme qué rayos era.

Desayuné con la familia D'Azur. La única que no lo hizo fue Claire que, según me dijo Luc, estaba de ayuno por una promesa hecha a algún santo. Alegre, Lucien tomó mi brazo y me arrastró hasta la fábrica cuando terminamos de comer. Estaba ansioso y quería empezar cuanto antes.

La fábrica era muy grande, mucho ruido de máquinas y varias mujeres y algunos hombres trabajaban con ellas. Nos encerramos en el despacho de Lucien junto con su secretaria y un tipo, que era el contador o algo así, muy serio y de aspecto amenazante.

Dos muchachos trajeron una caja llena de pañuelos, otra con corbatas y un libro con muestras de telas. Después salieron tras un breve agradecimiento de Luc.

Los pañuelos eran simples, lisos, de un sólo color. Su tela no era muy bonita y resultaba algo rasposa al tacto. ¿Quién llevaría un pañuelo de esos? Yo no.

- ¿Qué opinas? - preguntó frunciendo el ceño, examinando algunas pequeñas muestras.

- Luc, no me gusta la tela - indiqué con timidez. Debía andar con cuidado porque no sabía cómo él tomaría las críticas hacia su gran empresa familiar.

Sin embargo, él esbozó una sonrisa y asintió. El tipo me lanzó una mirada feroz, odio total. ¿Qué tenía este sujeto? Me dieron ganas de caerle encima a puñetazos. Estuvimos un tiempo en silencio, mientras el estúpido y yo sosteníamos nuestras miradas en una competencia por quién era capaz de odiar más. Y Luc era ajeno a esto.

- Claire dijo lo mismo cuando vino - explicó Luc acariciando una muestrita con el índice - Monsieur Fontaine y yo debemos hablar cosas privadas.

La secretaria sólo salió y el tipo desagradable inventó una excusa antes de irse.

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