Capítulo 54: Llamarte esposo

368 33 20
                                    

Me miré en el espejo temblando. No podía creer lo que veía. Ahí estaba yo, con cinco meses de embarazo, dentro de un precioso vestido de novias blanco. Era algo vergonzoso que una mujer como yo usara un vestido de ese color.

Sin embargo, la estúpida que me miraba desde el espejo no podía dejar de sonreír porque, de una forma u otra, su sueño se hacía realidad.

Giré buscando algo que me diera seguridad y encontré los ojos grises de Alice. Ella sonreía aún más que yo.

- Estás preciosa - me alentó y sus ojos se llenaron de lágrimas. En sus manos tenía mi ramo.

- Yo... - me detuve confundida. No lo creía - Mi vientre... ¿se nota mucho?

- No, no se nota. Tranquila, sólo pareces un poco gorda - respondió secando sus ojos con un pañuelo de los D'Azur.

Le sonreí agradecida y volví al espejo. Por un momento, sentí que Marius Fontaine estaba ahí conmigo, tratando de mantenerme firme para evitar comenzar a llorar de la emoción y ese extraño sentimiento de melancolía. Entonces, me sonreí a mí misma y me dije que todo saldría bien.

Entré del brazo de Antoine en la bonita capilla, temblando con nerviosismo.

- Ya cálmate - murmuró él con disimulo.

La pequeña capilla estaba prácticamente vacía. Alice estaba sentada en la primera fila, con su niño en brazos y los mellizos uno a cada lado creyendo que yo era una tía lejana. El cura estaba de pie con su biblia y Erik en frente suyo.

La puerta se cerró despacio detrás nuestro y alguien comenzó a tocar una suave melodía en un órgano. Todos voltearon a vernos.

Erik... Sus ojos de fuego brillaban de ternura y los nervios, todas las dudas que me asaltaban a cada segundo, todas las tristezas se borraron de mi mente porque, en ese preciso instante, me miró de la manera en que siempre imaginé.

Toda mujer debe ser contemplada de ese modo, al menos una vez en su vida...

Cerré los ojos y suspiré con profundidad. Cuando los abrí, ese hombre que llevaba años amando, ese hombre que me consideraba una criatura dulce, que se abrazaba a mí en las frías noches, que se había ganado toda mi confianza, que me miraba y se convertía en mi mundo entero...

Ese hombre, por el que hubiera ido al infierno, ese hombre estaba frente a mí, sonriendo detrás de esa tonta máscara. Y de sus ojos quería escapar una lágrima.

El cura comenzó a leer la biblia con solemnidad. Yo no le escuchaba porque estaba concentrada tratando de agradecer mentalmente a Dios por todo lo que tenía.

Estaba viviendo el momento más feliz de mi vida, el momento con el que siempre había soñado.

Cuando Alice y yo éramos niñas, solíamos fingir nuestras bodas o las bodas de nuestras feas muñecas de trapo. Nos imaginábamos con vestidos ostentosos, en iglesias repletas, maridos perfectos, grandes fiestas...

Sonreí porque lo único que se había cumplido para mí era la parte del marido perfecto. Me sentía realmente afortunada por tener a Erik a mi lado.

Y, por fin, el cura dejó de hablar y mi esposo procedió a quitarme el guante para colocarme mi alianza dorada de matrimonio. Supe, por el temblor de sus manos, que era presa de una emoción enorme y que no faltaba nada para que se echase a llorar de la emoción. Rápidamente, le coloqué su anillo.

Me miró con amor y levantó mi velo lentamente. Tomé sus manos y me besó con ternura en los labios.

Salimos de la capilla, subimos a la berlina y llegamos a la pequeña casa en silencio. Entramos y, tras cerrar la puerta a nuestras espaldas, comencé a reírme entre lágrimas. Él se unió a mi risa. Era simplemente una forma de hacerle liberarse de sus nervios.

Lo que digas  #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora