Capítulo 33: Historias de duendes

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Con lentitud y confusión, caminé hasta mi casa. Todo mi cuerpo me dolía y sólo quería llegar a mi cama para dormir, aunque sea, media hora.

Las palabras amenazantes y el terrible tono con que dijo: "París será historia" me hacían pensar que Erik se había vuelto loco o que tenía alguna información sobre un posible atentado. Pero si sabía algo ¿por qué no huía él también?

Con cuidado, logré escabullirme hasta mi cuarto y me tendí cerrando los ojos. Apenas comenzaba a olvidar mis problemas y sentir un agradable adormecimiento cuando una de las doncellas tocó mi puerta y me llamó para desayunar.

Me di un baño relajante y me vestí. Bajé tratando de poner mi mejor cara.

- Buen día, familia - saludé con alegría. Todos respondieron sin ánimo. - Veo que a todos les afecta el lunes - comenté.

- ¿Por qué tienes ojeras? - preguntó mi pequeño Louis mirándome con sus grandes ojos azules.

- No dormí bien anoche - respondí sorbiendo con cuidado mi café casi hirviendo.

En ese momento, una de las doncellas, la doncella del persa, se acercó a la mesa a dejar una bandeja con masas.

- Ni siquiera durmió en casa...- susurró esa mujer idiota en voz muy baja.

Yo me ahogué con mi café y comencé a toser. Por la expresión de susto, supe que no quiso decirlo en voz alta. Con ojos llorosos y aún tosiendo, vi el asombro en el rostro de Alice y una sonrisa burlista en Antoine. Emile me dio un poco de jugo de naranja para detener mi ahogamiento.

- ¡Hazme el favor y retirate de mi vista, pequeña chismosa!- bramó Alice con furia y moviendo las manos de manera exagerada.

La pobre chica... ¿Pobre chica? Maldita entrometida. En fin, corrió con torpeza y desapareció en el cuarto de servicio.

- En cuanto a ti... - Comenzó a gritarme mi hermana con tono autoritario.

- Espera, Alice, no debes comportarte así - interrumpió Antoine y ella le miró confundida - Marius es un hombre y eso significa que puede irse y volver a las horas que quiera y no deberías molestarte si los sirvientes le ven.

- Tú cállate. ¡Tú no entiendes! - gritó mi hermana.

- Entendería si me contaras... Pero, como sé que no lo vas a hacer, sólo comportate de buena manera en mi casa - respondió con seriedad y, cuando ella iba a contestar, él levantó un poco más su voz - ¡No quiero ver esa clase de trato a los sirvientes cuando mis hijos estén presente ni quiero que grites delante de ellos!

Alice se levantó de la mesa, con solemnidad, sin dirigirnos la mirada. Subió a su cuarto y se encerró allí de un portazo que retumbó en toda la casa.

Terminamos el desayuno en silencio y el aya de los niños llegó por ellos. Tomé mi abrigo para caminar hasta el estudio cuando Antoine apareció a mi lado y dijo que quería acompañarme ya que su tienda quedaba cerca.

- ¿A dónde fuiste anoche? - preguntó con una sonrisa apenas pisamos la calle.

- Fui a tomar algo y me encontré con un viejo amigo - expliqué rápido.

- Creí que habías tenido un poco de "diversión" - murmuró codeando mi costilla. Me reí.

- Pues... Yo quería pero no había nadie en la calle, hacía bastante frío.

- Pero llegaste muy tarde, hace cosa de una hora - frunció el ceño.

- Sí, pero fue porque... - comencé a reírme con histeria buscando una excusa o una mentira - Sucedió que estábamos tan ebrios que nos quedamos dormidos cerca del río, esperando ver pasar a alguna mujer.

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