Capítulo 55: Afortunados

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Cuando abrí los ojos, estaba cubierta con las sábanas y las mantas. El dolor había disminuido muchísimo pero me sentía extraña.

Escuché unas risitas que venían de la cocina.

- ¿Erik? - llamé débilmente. Sentía que había dormido una eternidad pero seguía cansada.

Erik y Alice entraron en mi habitación. Él sostenía a mi pequeño.

- ¡Felicidades! - exclamó Alice y me abrazó con fuerza. Luego se sentó a mi lado.

Erik me pasó al pequeño con mucho cuidado, sujetando su pequeña cabeza en todo momento.

- Es una niña - susurró con una enorme sonrisa.

- Es preciosa - agregó mi hermana.

Miré los ojos color avellana de mi niña y asentí con un nudo en la garganta. Tenía el cabello de color castaño oscuro, como Erik, y sus mejillas estaban muy rosadas.

- Princesa... - susurré besando su frente con mucho cuidado.

La pequeña comenzó a llorar.

- Debe tener hambre - opinó Alice - Te dejaré así puedes cuidar de ella. Volveré luego.

Erik acompañó a mi hermana a la salida mientras yo comenzaba a alimentar a mi hija. Entró otra vez en la habitación y se sentó a mi lado.

- ¿Cómo te sientes? - me preguntó en voz muy baja.

- Cansada - susurré despacio.

- Lo sé - sonrió grandemente y puso una mano en mi pierna - La partera dijo que te esforzaste mucho, mi reina... No tienes idea lo feliz que estoy.

No podía quitar los ojos de mi niña ni dejar de pensar en lo hermoso que era ese momento. Estaba ahí, amamantando a mi criatura. Era un acto de amor, era perfecto. Toqué su manito y sus dedos se cerraron sobre mi índice. De reojo, vi sonreír a Erik, que la miraba tanto o más enamorado que yo.

En silencio, terminé de alimentarla y mimarla hasta que se durmió. La acosté a mi lado con mucho cuidado. Alice me había explicado cientos de cosas sobre bebés.

Me tiré a los brazos de Erik y lo abracé con fuerza, a pesar de estar adolorida. No podía dejar de agradecer a Dios por mi nueva familia.

Es increíble cómo las personas nos volvemos creyentes cuando la vida nos empieza a sonreír y ayudar.

- Te amo - susurró acariciando mi espalda.

- ¿Cómo vamos a llamarla? - pregunté porque aún no estaba claro puesto que, hasta hace unas horas, pensábamos que sería niño.

- ¿Qué te parece Gemma? Porque sus ojos parecen dos piedras preciosas, como los tuyos.

- Anne Gemma, es perfecto - sonreí y me separé de él para mirarle a los ojos con seriedad.

- ¿Qué pasa, Maddie? - preguntó asustado.

- Debes prometer que, cuando lleguemos a nuestras tierras, tirarás esa máscara...

- No, porque yo...

- ¡Por favor, Erik! No quiero que finjas delante de nuestra hija, ¿entiendes? A partir de ahora se acaban las mentiras y los disfraces.

Erik dudó un momento y me miró fijo. Tomé su mano y la apreté con fuerza mientras frotaba el dorso en mi mejilla.

- Lo haré... Por ti y por mi niña.

Sonreí y le quité la máscara. Me acerqué más a él para besar sus párpados, que estaban cerrados.

- ¿Lo ves? Yo tenía razón y era una niña - me burlé con dulzura.

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