2.1 PROMESA

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Mientras iba de regreso al castillo después de haber ido hasta el cuartel de las Dora Milaje a entregarles sus nuevos equipos se detuvo un momento a contemplar las estrellas, era una noche muy tranquila en Wakanda y se le ocurrió que podría ir un rato al pequeño lago que se encontraba cerca de las tiendas de campo, se dirigió a paso calmado y mientras más se acercaba al lugar pudo distinguir una silueta dentro del agua, hecho por demás extraño ya que a esas horas todos se encontraban en sus hogares, intrigada por la identidad del individuo se fue acercando lentamente para no espantarle.

Se quedó quieta al llegar a la orilla, reconocía la silueta de la persona dentro del lago o más bien del hombre, estaba de espaldas, pero lo sabía, era el Sargento Barnes, ¿qué hacía ahí a esa hora?, una corriente de aire interrumpió sus pensamientos y la hizo mirarlo preocupada e instintivamente lo llamó.

—¡Sargento!, ¿se puede saber qué hace en el lago a esta hora y con este frio?, se resfriará si sigue ahí, podrá ser un súper exsoldado pero eso no lo hace inmune a la gripe si se expone a ella, ¿sabe?

En el mismo instante en que él notó su presencia y se giró para verla y ella fue completamente consiente de la desnudez de su torso se arrepintió de haberlo llamado, se quedó impresionada por cómo se veía el castaño en ese momento, no es que nunca hubiera visto a un hombre semidesnudo, lo hacía a menudo en su laboratorio, era algo natural, pero el verlo a él era diferente y no sabía por qué; observó embelesada su blanca piel que resplandecía gracias a las pequeñas gotas de agua que reflejaban la luz de la luna, quería hablar pero las palabras no salían; vio como él se acercaba a ella con esa sonrisa que había empezado a interpretar como coqueta.

—Princesa, ¿qué hace aquí a estas horas?, si no la conociera diría que me estaba espiando —dijo él sonriéndole al quedar justo frente a ella y besarle el dorso de la mano como saludo.

Ella se sonrojó y apartó su mano con falsa ofensa mientras intentaba controlar el calor de sabía se había instalado en su rostro.

—¡Déjese de tonterías Sargento! ¿quién querría verlo? —dijo con la voz más indignada que pudo fingir—, además, no me ha contestado la pregunta que le hice.

—Solo quería relajarme un poco Pequeña, no podía dormir y decidí venir al lago un rato, hoy la noche esta tan apacible que me dieron ganas de meterme —contestó mientras abotonaba su túnica y se ponía su capa para cubrirse del frio.

—Ya, pero esa no es la forma más adecuada de relajarse y lo sabe, pudo haberme dicho y lo habría ayudado, mire lo empapado que esta —viendo su cabello empapado y por instinto sacando su pequeño pañuelo para secar su frente.

—Lo sé Pequeña, pero no quería molestarte, sabía que hoy estarías muy ocupada y no quería darte más trabajo y el agua rápido se seca —dijo tomando su delgada mano que sostenía el pañuelo.

—No es ninguna molestia —bajando su brazo—, ¿cuántas veces tengo que decírselo?, usted es muy importante para mí.

—Lo sé, lo sé, me lo has dicho, pero no puedo depender todo el tiempo de ti, en algún momento tengo que hacer todo yo por mi cuenta, ¿no lo crees? —con una sonrisa.

Ella no sabía que decir, él tenía toda la razón, pero se sentía triste al pensar que él no la necesitaría más y que se iría alejando poco a poco, eso no le gustaba nada, quería que confiara y se apoyara en ella, pero aun no descubría exactamente el porqué de esa imperiosa necesidad, más bien sentimiento, pues no era el mismo que le provocaba el estar con su hermano, era diferente.

—Si, lo sé, pero es solo que... —no podía continuar, no sin decirle lo que pensaba y sentía, ya que ni ella misma lo entendía.

—Solo que... —invitándola a continuar mientras la guiaba hasta unos pequeños troncos cerca de ellos.

—No quiero que se aleje de mí, y me deje sola —bajando la mirada.

Listo se lo había dicho, solo esperaba no recibir un rechazo de su parte porque eso si le dolería.

—¿Eso es lo que te preocupa, Pequeña?, no tienes nada que temer, yo no me iré a ni un lado, estaré contigo siempre que así lo desees, además, me siento muy bien al estar aquí en tu país y con toda tu gente.

—También es tu país, ya eres parte de nosotros y no confío en lo que me dices, sé que te irías con el Capitán Rogers si él te lo pidiera, ¿no es así?

—Steve es mi hermano, pero si tú me necesitas, aquí me quedare, eres como mi hermanita, no te dejaría sola —le dijo mirándola nuevamente con una sonrisa.

Esa niña podría poseer mucha más inteligencia que toda Wakanda unida, pero al tratarse de sentimientos y personas seguía siendo una chiquilla de diecisiete años nada más y a él eso era algo que le causaba mucha ternura, sonrió al verla aun confundida y desconfiando de su palabra así que decidió que era tiempo de hacerle una promesa.

—Escucha Pequeña, te prometo que me quedare a tu lado hasta que tu decidas que ya no me necesitas y que siempre estaré ahí para ti, en las buenas y en las malas —tomando sus manos y mirando directamente a sus brillantes ojos cafés.

—¿De verdad lo dice? —no podía creer lo le estaba prometiendo, ella que nunca había tenido el sentido de pertenecía en esos instantes se encontraba necesitando tanto a una persona, más específicamente al Sargento.

—Si, te lo prometo Princesa —le dijo con una sonrisa sincera.

—Gracias Bucky —dijo ella dándole un abrazo tan espontáneo que apenas y le dio tiempo al Exsoldado de responderle, solo un segundo antes de que ella se parara rápidamente y le dijera en su carrera hacia el castillo—. Buenas noches Sargento, lo veo mañana a la misma hora frente al palacio, no olvide cambiarse esa ropa antes de dormir por favor.

La vio marcharse hasta ya no distinguirla entre la luz de la noche, aun no terminaba de salir de su impresión y de asimilar lo que había pasado, Shuri lo había llamado Bucky por primera vez, no era una ilusión, oír su nombre salido de su dulce voz despertó un sentimiento cálido en su pecho y al recordar el abrazó que le había dado sin previo aviso hizo que una sonrisa se instalara en su rostro, no es que nunca hubiera sido abrazado por una mujer porque a decir verdad estaba acostumbrado a esas muestras de afecto o al menos eso recordaba, pero esa niña despertaba un instinto de ternura y protección en él que no había sentido nunca por ninguna otra.

Aun con una sonrisa en su rostro se dirigió a su cabaña para cambiarse como le había pedido esa dulce chica y durmió con una sonrisa pensando en que a la mañana siguiente la vería. 

SHURI AND THE WHITE WOLF - EN EDICIÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora