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Me desperté muy temprano, aún desnudo y con algo cálido y un poco pesado sobre mi estómago:
era tu brazo.

Volteé y allí estabas tú aún dormida, despeinada, sin maquillaje y más bella que nunca.

Te observé por un tiempo indeterminado, vigilando tu sueño y pensando en cuando y como pasó que un ángel cayó en la Tierra y se cruzó por mi camino.

Te veías tan tranquila, amor.
Deseé que así fuera siempre, que todo lo malo de tu vida se vaya lejos de ti, de nosotros.

Despertaste y levantaste tu mirada fijándola en la mía.

Sonreíste.

"Buenos días dormilona."

"Buenos días mi panda."

Apoyaste tu cabeza sobre mi pecho y yo me acerqué a tus labios para probar si eras real.

Y sí, lo eras.
Poder besarte,
en la tenue luz de la madrugada,
me hizo entender que no fuiste solamente un sueño.
Eras mi más bonita realidad.
Quisiera haber podido detenerte;
así como se detienen los momentos especiales en una fotografía.

Pero no lo logré.
No esa mañana.

Te levantaste de golpe buscando el celular.

"¡Caray, son las seis de la mañana!"- te oí exclamar.
"No sé como me pude dormir tanto. Pensé que aún eran las once o doce de la noche...¡Me desgastaste completamente!"

Reí.

"Quédate."-te supliqué.

"No puedo y lo sabes. Me tengo que ir."

"¿Por qué siempre sueles romper el encanto?"

No contestaste.
Te acercaste a mis labios para besarlos, te vestiste, susurraste un -te amo, nunca lo olvides- y te fuiste.

Otra vez.

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora