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Pasamos la noche entera en aquella playa.
Por unos momentos, nos olvidamos de los problemas y del resto del mundo.
Sólo éramos nosotros dos y el gran amor que nos unía.

Sabía que tenías miedo por no haber regresado a tu casa, miedo por lo que te esperaba allí, por las explicaciones poco creíbles que le ibas a dar a ese imbécil, por su posible reacción al verte llegar en la mañana.

Pero no pudiste renunciar a la bonita necesidad de sentirte acogida entre mis brazos, recostada sobre la arena, en orilla al mar.

Te quedaste conmigo aún sabiendo que podían descubrirnos y que los dos corríamos peligro.

Y esa noche lo supe más que nunca: tú también me amabas tanto como yo a ti.

"¿Cuándo vas a poner orden en tu vida Altagracia? ¿Cuando vas a tomar las riendas y el control de ella?"-te pregunté en la madrugada, antes de que te vistieras para irte.

"No sé, es complicado."

"No lo es. Tienes que hacer algo por ti Alta, arriesgarte, conquistar tu libertad. Yo aquí estaré, apoyándote en cada paso que das."

Me miraste con una leve sonrisa melancólica, acariciando tiernamente mi mejilla.
Tomé tu mano para besarla.

"Escápate conmigo. Vámonos de aquí juntos. Estoy dispuesto a dejarlo todo por ti. Salgamos del País, en un lugar donde no nos puedan encontrar. Empezaremos una vida nueva, tu y yo contra el mundo mi amor."-te dije lleno de esperanza.

"Me suena muy bien todo esto. Tal vez un día...Aún no puedo. Dame tiempo por favor. Te prometo que lucharé para ser felices juntos Saúl."

Suspiré.

"Tranquila, te espero...Pero espero un día no tener que esperar más y que seas mi hogar, mi cielo, mi tranquilidad, mi todo."

Me besaste apasionadamente.
Y te marchaste.

¿Tenías idea de la angustia que yo sentía por ti cada vez que te ibas, pensando que tal vez un día no regresarías más?

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora