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Llegaste a mi departamento tres días después.
Estabas asustada, agitada, y repetías palabras que yo no comprendía, como si estuvieses hablando a alta voz, pero contigo misma.

Te tomé por los hombros obligándote a que pararas y me miraras a los ojos.

"¿Qué pasa? No entiendo, Altagracia. ¿Por qué estás así? Me asustas."

Te besé antes de que pudieras contestarme.
Mordiste de mi labio inferior y dejaste que de tu garganta se escape un leve gemido.

"Nos descubrieron."-dijiste después, casi en un sussurro.

"¿Cómo dices?"

"Que mi marido nos descubrió, Saúl. Estoy casi segura. No me lo dijo esplicitamente, pero yo lo siento."-hiciste un gran suspiro y llevaste una de tus manos hacia tu pecho.
"Actúa demasiado raro. No sé como lo hizo, siempre fuimos cuidadosos. Tal vez contrató a alguien para que me siguiera y no me di cuenta. ¿Qué vamos a hacer ahora? Tengo miedo."

Tu voz estaba entrecortada y tus ojos ya habían empezado a soltar lágrimas.

Me acerqué a ti abrazándote con la intención de calmarte, pero tu llanto aumentó.

Te pegué fuerte a mí, sintiendo tu corazón latir con fuerza y estrechando tu delgado cuerpo entre mis brazos...por la última vez.

"Shhh, ya. Trata de calmarte. Juntos encontraremos una solución."

Te preparé un té de manzanilla.
Lo tomaste todo, silenciosamente, perdida entre miles de pensamientos.

Traté de convencerte a quedarte conmigo por esa noche; en la mañana íbamos a encontrar otro lugar más seguro adonde quedarnos hasta que los documentos estén listos para así poder escaparnos.

Te negaste.
Tu hija estaba en casa de Mauro, no podías dejarla sola allí, no podías abandonarla, me explicaste.

De pronto sonó tu celular.
Contestaste.

"¿Quién era? ¿Por qué traes esa cara?"

"Mauro. Dijo que Sara cayó de las escaleras y se rompió la cabeza. Está inconsciente. ¡Tengo que ir, Saúl!"

Todo fue una vil mentira y se la creíste.

Fueron en vano mis tentativas de detenerte.

Te fuiste, Altagracia.

Te fuiste para no regresar más.

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora