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"¿Sientes esto?"-preguntaste el día siguiente, tomando mi mano y apoyándola sobre tu pecho.
Estábamos solos, en mi departamento.
Te miré un poco desconcertado.

"Es el ruido de un corazón que estaba muerto y volvió a latir gracias a ti, Saúl."-me explicaste.

Sonreí y me devolviste la sonrisa.

Tenía frente a mí la mujer más hermosa de este Planeta.
Lo sabía, y le agradecía al Universo una y otra vez por haberla traído a mí.
O a Dios; o a quien fuera el que te trajo a mi vida, Altagracia.

"Entonces hice algo muy bueno en esta vida. Merezco una recompensa, ¿no crees?"

Asentiste pícaramente.

Besé tu frente, luego bajé hacia tu nariz hasta llegar a tu boca y entretenerme con ella.
Me encantaba darte pequeños y suaves besos por todo el rostro, acariciarlo con la yema de mis dedos; mirarte fijamente a los ojos y observar como cobraban una tonalidad más oscura al llenarse de deseo.

Un deseo que nunca fue solamente pasión y atracción.
Siempre fue Amor, en toda la extensión de la palabra.
Cada vez que te hacía mía, los dos hacíamos el amor con cada rincón de nuestros cuerpos y de nuestras almas.
Porque lo nuestro jamás fue algo basado exclusivamente en lo físico.

Te juro que antes me parecía imposible amar tanto a una persona.
Pero apareciste tú y rompiste cualquier esquema.

"Me gustaría que solamente fuéramos tú y yo. Aquí y ahora. Lejos de toda la porquería que hay allá afuera. Y que tuviéramos una eternidad a disposición para estar juntos, para querernos."-me repetías varias veces, recostada en la cama sobre mi pecho.

Yo no te entendía en totalidad; a mí el mundo se me hacía muy hermoso y deseaba gritar a cada esquina y en todos los idiomas la gran felicidad y plenitud que trajiste a mí vida.

Pero ahora sé que tenías razón.

Me encantaría que eso que tantas veces me dijiste hubiese sido posible y que hoy fuera nuestra realidad.

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora