Sin decirte adiós

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Sé que antes de mí en tu corazón habitaban mil inviernos, igual de fríos como el día en que te conocí.
Pero también para ti llegó la Primera.
Una Primavera que solamente yo fui capaz de despertar.
Estaba consciente de esto.
Y mi mayor recompensa era ver tu rostro lleno de felicidad mientras disfrutabas de mi compañía.

Los días pasaron rápido y se te hizo costumbre frecuentar mi casa.
De vez en cuando lo hacías con Sara, pero la mayoría de las veces venías tú sola.

Me había acostumbrado tanto a ustedes, que no podía imaginarme una vida diferente, en la que no estuvieran a mi lado.

Ustedes por su parte, también se sentían confortables conmigo y mis payasadas.

Algo que a las dos siempre les había hecho falta eran risas sinceras y me esforcé en cambiar esto.
Yo era una persona seria pero por ustedes dos me convertía con gusto en un payaso.
Amaba hacerlas reír.
Oír sus carcajadas mientras corríamos por la habitación, luchábamos con las almohadas o nos hacíamos cosquillas, era lo mejor de este mundo.

"Que bonito se siente estar en una casa ajena y sentirla como tuya."-me dijiste una vez, rozando suavemente la punta de mis labios con la yema de tus dedos.

"Lo que es mío también es tuyo, amor. De echo, ya que lo pienso bien...si mi departamento es tu casa, mi casa es tu corazón. Así que estamos a mano."

"¡Tontito!"
Me regalaste una mirada dulce y tierna.
Caías rendida a mis pies cada vez que mi boca pronunciaba palabras así.
Aunque en realidad, ellas me salían del alma; y eso porque tú te habías vuelto la dueña de ella.

Una vez más durante ese día, hicimos el amor.

¿Qué sentías al tocar mi piel desnuda, erizándose al percibir tu toque?
Te lo pregunto, ya que mi corazón se salía del pecho hasta sólo con la idea de volver a tocar la tuya.

Sé que no recibiré respuesta alguna, sin embargo sigo aquí...escribiéndote.

Esperando a que me contestes.
Esperando a que vuelvas.
Esperando a que un día llegue ese hermoso futuro que con tanta ilusión nos imaginamos juntos innumerables veces.