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Hay algo extraño en este mundo: algunos lo llaman destino, mientras que otros prefieren decirle casualidad.

Yo nunca creí en ninguna de las dos cosas hasta que te conocí.

Te volví a ver días después, parada enfrente a la misma cafetería.

Esta vez estaba abierta y, no muy convencida si hacerlo o no, al final entraste.

Te seguí.

Había algo que me intrigaba en ti.

Seguía preguntándome que hacía una mujer como tú día tras día delante de la misma cafetería en ese frío mes de febrero.

Quizás eras una loca, tenías todas las probabilidades para serlo.

Sin embargo quise pensar que había algo más en ti.

Me encantaba ese misterio en el que siempre estabas envuelta, aunque con el tiempo se convirtió en un problema.

Te sentaste en un rincón a una pequeña mesa, mirando hacía la ventana sin pedir nada al mesero.

Yo me senté a un par de mesas de distancia esperando mi pedido: frappé con cookies.

Te observé atentamente.
Traías puesto un pañuelo azul oscuro al cuello, llevabas tacones y ropa fina, tu cabello estaba ondulado y recogido.
Te veías elegante.
Tus gestos eran muy discretos.
Sacaste de tu bolso un puro y lo apoyaste en la mesa.
Qualquiera hubiera pensado que pertenecías a la alta sociedad.

Por lo menos yo así lo hice.

Creo que notaste mi mirada fija en ti porque al poco tiempo te levantaste de tu mesa y te sentaste en la mía sin pedir permiso.

Ver tus ojos desde cerca me dejó sin aliento.
Esta vez tenían una tonalidad verde, muy linda.

"¿Tienes con que encenderlo?"-preguntaste mostrándome el puro.
Tu voz era dulce, como la de una niña pero a la vez un poco rauca, creo que estabas resfriada.

"No fumo. Usted tampoco debería hacerlo, es muy dañino. Además en este lugar está prohibido fumar."

Reíste.
No sé que te pareció tan divertido.

"Qué mal genio! Ahora recuerdo: tú eres aquel tipo que no me quiso prestar el celular la otra noche."-levantaste una ceja.

"¿Para qué lo quería?"

"Esto no te incumbe. Igual, ahora sé que si un día mi vida estará en peligro no puedo contar contigo para que me salves"-reíste de nuevo.
Era un sonido placentero para mis oídos.
Más no era una risa de felicidad.

Sin preguntar tomaste mi bebida y empezaste a beberla.
Me molestó esta actitud.
Seguías siendo una desconocida en la que yo desconfiaba mucho.

"Es mi favorito."-respondiste a mi mirada desconcertada.

"¿Qué le pasa, eh? ¿Quién se cree usted para venir a mi mesa sin ser llamada, hablarme así sin conocerme y hasta tomar de mi frappé?"-levanté un poco la voz, noté que te pusiste nerviosa.

"Disculpa, no era mi intención molestarte de esta manera. Yo sólo quería...olvídalo."-bajaste la cabeza, te levantaste de la silla y sin decir nada más saliste de la cafetería.

Me sentí culpable.
Nuevamente.

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora