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El sábado las invité a almorzar.
Querías que tu hija probara mi lasagna, la que a ti tanto te gustaba, así que esto fue lo que les preparé.

Sara era una niña muy lista y se había dado cuenta desde el principio que entre nosotros había mucho más que una simple amistad, Altagracia.

Al principio tuvimos algo de temor al hablarle abiertamente, no sabíamos como iba a reaccionar o si le iba a decir algo a Mauro, pero al final decidimos confiar en ella y le contamos todo.

Por unos días se mostró en desacuerdo pero luego aceptó nuestra relación.
Yo le caía muy bien y tú eras su madre, y nunca antes te había visto tan serena.

Yo trataba de convencerlas a irnos juntos los tres.
Lejos, muy lejos.
Quería protegerlas, cuidarlas, hacerlas felices y formar una maravillosa familia con ustedes.

¿Por qué dudaste tanto en escaparte conmigo, Altagracia?

"Tú nunca vas a portarte mal con mi mamá y a castigarla así como lo hace mi papi, verdad?"-me preguntó ese día tu hija mientras tú lavabas los platos.

"Claro que no, chiquita. Pero, ¿cómo que tu padre la castiga?"-estaba curioso y preocupado.

"No sé. A veces le grita fuerte y le habla feo. La cierra en el cuarto y le hace hacer cosas que ella no quiere y luego ella llora y..."

En ese momento volteaste hacia nosotros, escuchando la conversación.

"¡Cállate niña!"-le gritaste.

"Sara, quédate acá; yo y tu madre tenemos que hablar."

Te tomé del brazo, llevándote a mi recámara.

No te gustaba dar explicaciones, lo sé.
Es por esto que siempre evité pedírtelas, pero ese día ya no podía más.

"¿Por qué tu hija dijo esto?"

"Saúl, tú ya sabes que Mauro es muy violento. No hay nada nuevo."

"¿Cómo es esto de que te castiga y te obliga hacer cosas que no quieres?"

Suspiraste.
Desde que saliste del hospital ya no volvimos a abrir este tema pero sabías que esa vez no tenías más remedio que hablar.

"Pues me maltrata. Me pega, Saúl. Esto ya lo sabes. También me obliga a estar con él y complacerlo cuando se le da la gana...si por mi fuera, nunca me acostaría con ese hombre. ¡Lo odio!"-tragaste en seco. No habías terminado.
"A veces deja que sus amiguitos me toquen. Él recibe dinero y...yo tengo que hacer lo que ellos me dicen, tengo que obedecer. Así fue desde el principio."

Me quedé mudo.
Cada vez descubría algo nuevo, más horrible y más doloroso aún.
La sangre me hervía por dentro.

Encendiste un puro y empezaste a sollozar.
Hace mucho que no lo hacías.

Llorabas no solamente por tristeza, sino por asco, dolor, enojo.

Odiabas el hecho de haberte tragado tantas humillaciones durante años.
Odiabas que tu hija estuviera al tanto de muchas cosas, aún siendo tan pequeña.
Odiabas mostrarte nuevamente frágil ante mí.

"Vete Saúl. Necesito estar sola."

Te dejé allí sentada sobre mi cama, sin decir más, con los ojos rojos y húmedos.

Tomé tu hija de la mano y salimos a dar una vuelta por el parque que se encontraba cerca de mi casa.

Necesitaba recargar mis pulmones con aire fresco y pensar.

Pensar...

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora