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El despertador sonó logrando asustarme.
Era muy temprano.
Había podido dormir muy pocas horas.
Si por mí fuese, me hubiera quedado en la cama por cien años más pero el deber me llamaba.

Salí en la calle y te volví a ver.

Parece que eras muy madrugadora.
O será que pasaste la noche en frente a esa cafetería?
Por cierto, aún permanecía cerrada;
iba a abrir hasta un par de horas después.

La luna llena seguía brillando en el cielo y aún recuerdo el reflejo de su luz en tus ojos color gris...
Creo.

Aún no sé el color exacto de tus ojos.

Si algo aprendí de ti en los meses que te tuve cerca, es que ellos cambiaban color en base al clima y sobretodo en base a tus estados de ánimo.

Pero sí, podría jurarlo: esa mañana eran grises.

Tuve el impulso de acercarme a ti y preguntarte que hacías allí parada a las cinco de la mañana, pero luego cambié idea.
En fin de cuentas, eras una completa desconocida para mí.

Así que decidí cruzar la calle para no toparme contigo.
No sé si por temor a que me volvieses a pedir el celular, o por vergüenza de no habértelo prestado unas horas antes.

Pero tus ojos, aunque los ví solamente desde lejos, no me dejaron en paz por todo el resto del día.

Sin decirte adiós Donde viven las historias. Descúbrelo ahora