Capítulo 8. «Visiones de oscuridad»

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—Las cosas mejorarán, de eso estoy seguro.

—No lo harán sino vuelves —respondió Amaris, la oscuridad era agobiante, pero aun así, y a la distancia, podía ver a Ranik, un sano y más guapo que nunca Ranik— Te extraño mucho, no puedo esperar más.

El chico pelinegro la miraba desde la distancia con ojos distantes y perdidos. No parecía él, aun cuando Amaris estaba segura de que si lo era. Su piel, pálida, brillaba a la luz de una extraña luna de color rojo.

—Estoy bien aquí. He aprendido muchas cosas.

—¿No extrañas vivir?

—Yo... —la mirada de Ranik parpadeó, sus ojos brillaron por unos pocos segundos, parpadeando con rapidez y emitiendo una especie de fulgor blanquecino— Te he dicho que no hables de eso. Mi antigua vida, mis antiguos conocimientos, lo que suceda de ahora en adelante, ya no es asunto mío.

Amaris tragó hondo. Deseaba a Ranik, detestaba oírlo decir que ya estaba lejos, que volver era imposible.

Necesitada de él, con el corazón latiéndole con todas sus fuerzas, corrió y lo abrazó.

Tal vez no era él, o tal vez ambos eran espíritus, pero la sensación seguía siendo tal como antes, e incluso mejor debido al anhelo que uno sentía por el otro.

No sabes cuanto te extraño, cuanto de necesito —dijo Amaris, su rostro apoyado en él de tal manera que podía oler su fragancia, si es que era posible. Olía a puro, limpio, y coco. Nunca olería de nuevo algo tan perfecto, nunca podría describirlo con exactitud, pero el olor de la muerte en Ranik era embriagante.

—Estoy bien aquí —aclaró él mientras acariciaba su cabello—. Pequeña, sé que te sientes preocupada por mí, pero prométeme, por favor, que seguirás con tú vida sin ponerme en primer lugar. Lo que pasó pasó, y no puedes remediarlo.

—¿Cómo lo sabes? —farfulló Amaris con furia, lágrimas de enojo cayendo en sus pálidas mejillas, el poder emergiendo de ella y haciendo temblar el risco en el que ambos se encontraban—. Sé que podré traerte de vuelta. Tengo que hacerlo.

—No puedes —sentenció Ranik. 

—Claro que puedo —insistió ella, las lágrimas se sentían frías, los recuerdos vagaban por su mente haciendo todo menos soportable— Recuerdo que cuando nos conocimos parecías muy serio, demasiado formal. Mi madre te obligó a cenar con nosotros por haberme salvado la vida y tú... —se detuvo, el dolor era demasiado, las imágenes parecían cercanas, incluso— Tú fuiste amable. No me viste sólo como una princesa, sino que dejaste que... 

El temblor era estruendoso, todo parpadeaba, la realidad cambió y, de un momento a otro, Amaris ya no estaba en su propio sueño. Todo había cambiado de forma, dejando ver un extraño e iluminado sendero. La imagen de Ranik seguiría en su mente, aquellos ojos que, para su propio pesar parecían brillar con  un conocimiento y una nueva y reformada existencia. 

Las nubes llenaban el cielo anunciando una lluvia inminente, verdes y grandes árboles brillaban con el fuerte llamado del viento. El cabello de Amaris, fantasmal, no se movía, pero todo era tan real que casi podía sentir el frío impactando en su piel. 

El lugar parecía desierto, pero ella estaba casi segura de que no era así. Miró hacia sus pies notando que, debajo de ellos, bellas y rojas hojas caídas de los árboles destacaban y hacían el ambiente aún más sombrío.

Fue entonces el sonido de los cascos de los caballos al repiquetear en el suelo llenó el ambiente.

Amaris no tuvo el tiempo suficiente para esconderse y, antes de que pudiera notarlo, los grandes corceles cruzaron su campo de visión. Cualquier persona pudo haberlos cabalgado, podría haber estado en cualquier parte del pasado o del futuro, pero, para desgracia de Amaris, resultó ser el gran elfo del que Sephira le había hablado en visiones anteriores. 

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora