Capítulo 2. «Recuerdos escondidos»

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—Tú... —Skrain carraspeó, incómodo y un tanto asustado— ¿Quién eres? ¿Cómo hiciste eso? ¿Dónde estamos?

Yian exhaló. Humo morado salió de su boca, una especie de sustancia mágica que no hizo nada para ayudar a que los pensamientos de Skrain se estabilizaran.

—Has tenido una vida muy interesante... —farfulló en un crujir de dientes. Pronto Skrain sintió sus nervios relajarse, los recuerdos comenzando a surgir en su mente como en una fuente de agua.

Recordó un día caluroso. Estaba corriendo, yendo directamente hasta el puesto de frutas del señor Valdibares. La ciudad en la que estaba, —una de las más grandes en todo su continente, llamada Caliztya, capital del segundo reino independiente—, tenía miles de callejones, tantos como para que solo un experto pudiera andar en ella sin perderse.

Fue entonces que llegó. El puesto era grande, con varios estantes llenos de frutas de todas las denominaciones cultivados por magia pura y de vida.

Era el lugar más visitado de la ciudad. Las personas hacían largas filas y pagaban cantidades desproporcionadas de dinero para conseguir sólo una manzana, un racimo de uvas, o lo más barato que pudieran conseguir. La fruta y verdura era incluso más valiosa que cualquier piedra preciosa, carne, o alimento.

Skrain rodeó la gran fila que había, caminando al lado de las frutas y sus puestos, como si estuviera observando y tuviera el dinero suficiente para hacerlo.

Entonces, justo cuando cualquiera pensaría que sería el momento indicado para robar, lo hizo. Sus manos se movieron con lentitud, esperando que el vendedor lo viera.

Porque Skrain quería recibir lo que merecía. Ser castigado, recibir el pago por sus acciones.

Y justo así fue.

El usurero del vendedor volteó justo en el momento exacto y, siendo también poseedor de magia, la usó para inmovilizarlo.

Skrain no se resistió, dejó que el hombre fuera hasta él, sacara su látigo, y comenzara a golpearlo.

Ya estaba acostumbrado al dolor, a sentir que no lo valía. Era parte de la vida diaria.

—¡Suéltalo! —una voz rompió el estruendo del látigo golpeando contra sus ropas y llamó la atención de todos los presentes— Déjalo ir.

Skrain subió la mirada y vió al hombre frente a él. Barbudo, alto, rubio, y de tez brillante. Parecía ser importante, las personas habían guardado silencio por completo, incluso algunas se abstenían de mirarlo, como sino fueran lo suficientemente buenas. No había visto un hombre rubio en mucho tiempo. Seguro venía del Reino Sol, seguro era importante.

—Sólo lo haré porque te conozco —el verdulero apareció y dejó de cobrar, pero el verdugo seguía sin soltarlo—. Cuídalo, no quiero verlo aquí de nuevo.

—Haré eso —respondió el hombre.

La visión cambió a otro punto en sus recuerdos, varias horas después.

—No suelo ser muy caritativo con los jóvenes que roban —dijo el hombre, se había presentado como Sir Lanchman, (sin mencionar su nombre), mientras caminaban por la calle. Pronto llegaron a un callejón oscuro, una pequeña casucha frente a ellos. Era una cabaña pequeña, sin vida, y un poco desentonante con la ciudad, que era toda brillante y de arena blanca—. Pero sé quien eres tú.

Enseguida giró la manija de la puerta y abrió. No tuvo que decirle a Skrain que lo siguiera, este lo hizo sin más al ver algo que llamó su atención. La casa, aunque por fuera se veía pequeñísima, era una de las más grandes y maravillosas que había visto por dentro. Incluso parecía emitir algún tipo de fulgor propio, iluminando gran parte del callejón.

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora