Capítulo 11. «Tiene un punto»

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—Mi madre se llama Arahn y es la diosa de las bestias —explicó la mujer una vez ella y Skrain se hubieron sentado a hablar en la especie de oficina que está tenía— Es uno de los dioses que el Sol y la Luna procrearon en su estado divino, por lo cual sus dominios son un tanto menores. Es difícil saber de ella, razón por la que toda mi vida he buscado respuestas, una forma de fortalecer mi poder por el bien común mío y de mí pueblo.

Skrain asintió, entretenido por lo que esta misteriosa mujer tenía que decir. Estaban en su hostal, una edificación en la que sus ahijados y ella vivían. No era un lugar lujoso ni cuidado, sino que había basura de todas clases tirada por doquier. Los pasillos eran grandes, lo que al menos hacía las cosas más cómodas para Skrain, que, por ser grande y robusto, apenas lograba pasar entre los delgados y angostos caminos de la ciudad.

Sus ahijados, (que eran generalmente muchachos en camino a la madurez), eran mounstrillos, literalmente.

Pasaban de ser bestias a niños y de niños a bestias con suma facilidad, a veces cambiando de tamaño, color, e incluso forma. Eran parecidos a Connor pero de una forma mucho más grotesca.

—¿Y qué posición tiene respecto a la guerra? —le devolvió. Una pequeña sonrisa se extendió por el rostro, al momento que se levantó, fue a su estación de bebidas y se sirvió un poco de té.

Una vez hubo vuelto, contestó:

—Nunca aprobé la llegada de los reinos Sol y Luna a nuestro continente y, siendo completamente honesta, no creo que Zara vea a mi pequeña ciudad enterrada como una buena recompensa. Ni siquiera pondrá sus ojos en mí, ¿Entonces por qué preocuparme una vez más? Sólo mira lo que conseguí al intentar pasar mi poder a estos niños. Ahora son bestias, viven alejados de su familia por miedo a dejarse vencer por sus instintos.

Esto último lo dijo con una amargura que a Skrain le heló la sangre. La entendía, sabía lo que era cometer errores y no verles remedio.

—Porque Zara es cada vez más poderosa —argumentó Yian con ferocidad y sin dejarse intimidar—, puede que tanto como para apropiarse de la magia existente. ¿Quiere qué le quite la suya?

—Los dioses saben más que cualquiera de nosotros que la magia no nos ha trae más que problemas —murmuró la mujer por lo bajo—. Yo, Úrsula, no seré importante para Zara a menos que me note como una amenaza. Aquí no lo soy, y eso es perfecto.

Skrain maldijo por lo bajo. Seguro eso no era lo que esperaba. Cuando Yian sugirió aliados no tomó en cuenta que tal vez tendría que convencerlos.

—Debe de saber que estamos en contra de ella y que queremos detenerla —insistió, ahora era un reto el disuadirla a ayudar, tanto como para que comenzara a ser más efusivo en sus movimientos— Pronto irá contra los reinos independientes, ¿Sabe?

Úrsula se cruzó de brazos. Ya no estaba siendo amable en absoluto.

—Y sigo diciendo que mi ciudad es demasiado poco para sus ambiciones. Prefiero mantenerme en las sombras.

—¿Entonces por qué dijo que sería nuestra aliada si era pura palabrería? —preguntó Yian, que seguro no podía controlarse y ya estaba perdiendo los estribos.

Úrsula volvió a sonreír. Poco a poco las comisuras de su boca se elevaron de forma burlona y sin inocencia. Pasó a inclinarse en la mesa, luego mirando a Skrain directamente para decirle:

—Porque quería conocer al hijo de uno de los cuatro grandes. Ver a alguien como tú es tan poco usual como ver a alguien volver de la muerte.

Skrain rodó los ojos.

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora