Piperina creía conocer a su madre.
La Ailiah.
Una mujer de cincuenta y un años, cabello rubio claro, ojos azules claros y rasgados, perfil alargado, una nariz más o menos prominente.
Su cuerpo, largo, esbelto, que parecía flotar al caminar, como si no tuviera todo un reino bajo sus dominios.
Pero verla veinte años antes de eso es todo menos lo que esperaba. Verla teniendo juventud, debilidad, sentimientos, era una sorpresa que no se esperaba.
—Amaris... —farfulló.
—Vamos, sino no lo verás bien —insistió ella.
Amaris tomó a Piperina de la mano y caminó al precipicio. Antes de que la segunda pudiera protestar, Amaris se lanzó hacia abajo todo el trecho de varios metros sin miedo debido a su estado espectral.
Ambas llegaron a la superficie en la que estaba la reina. Lloraba a mares, desconsolada. En ese punto alzó la vista, y gritó:
—¡Luna! ¡Oh Luna! ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡Todo ha sido culpa tuya, tú me has guiado a él!
—¿De quién está hablando? —preguntó Piperina. Por alguna razón todo se sentía demasiado íntimo, cosa que hizo que se inclinara para susurrar en el oído de Amaris.
—Espera un poco más —insistió Amaris.
—¡¿Por qué lo has hecho?! ¡¿Qué es lo qué esperas de mí?! Primero me quitas a mis dos hermanos, luego a mis padres y ahora, ahora que tenía a alguien... —sollozó—. Te lo llevas. ¡Estoy cansada! —su arrebato de furia fue bastante perturbador—. ¡Sé quién eres! ¡Sé que hay algo que me escondes! ¡¿Qué es eso?!
Sorprendente, realmente sorprendente.
Si había alguien devoto era su madre, ¿Pero eso?
No tenía sentido, no había nada de ella ahí. La chica que estaba frente a ella estaba rota, débil, no había ni un rastro de devoción en su rostro.
Su poder estaba mostrándose y creando una destrucción peligrosísima. La cascada, (debía de ser muy entrado en invierno, porque estaba totalmente congelada y llena de nieve), comenzó a crujir y a dejar caer pedazos cada vez más grandes a la superficie. La reina no parecía notarlo, tan furiosa como estaba.
Pronto, y después de que la reina llorara por varios minutos interminables, la devastación terminó. Sus llantos se volvieron más quedos, más tranquilos, los árboles comenzaron a moverse de un lado al otro, presas del viento.
Parecían tener vida propia, como si alguien los moviera a conciencia, pareciendo que se comunicaban.
—No quiero verte —musitó la reina entre sollozos—. Te he dicho que cuando hablo con la Luna lo que digo es...
—¿Privado? —una voz masculina llenó el ambiente—. Nunca nada es privado. Los dioses siempre observan.
—¡Vete! —gritó la reina, furiosa—. Ya te lo dije, si en realidad estás dispuesto a irte, aun después de...
Un zumbido, varios árboles moviéndose bruscamente y, como respuesta a todo eso, un hombre saliendo de la naturaleza.
Un Erys. Tenía el cabello castaño casi rojizo más rebelde que nunca había visto con mechones mirando hacia todas direcciones, ojos verdes más claros que los de Piperina, rostro cincelado y un cuerpo esbelto pero musculado. Su ropa era sencilla, toda verde y sin un rastro de elegancia o belleza. Sólo era ropa y lo cubría.
—¿De qué Amaris naciera? —la voz del hombre era dura, sin vacilaciones, como la tierra misma—. Es demasiado tarde. Necesito encontrar una forma en la que ella y sus hermanas estén protegidas y mi magia no durará por mucho tiempo, ya no muchos creen en mí.
—¿No puedes ver el futuro? ¿Prevenirnos? ¿No crees que estás exagerando? ¡Eres un Dios!
Erydas negó. Piperina tragó duro sabiendo que él, de quién tanto había oído, era su padre.
Amaris estaba esperando su reacción. Su mirada se notaba afligida, seguro porque sabía que estaban hablando de ella.
—Soy un Dios, pero los dioses no tenemos poder absoluto. Ver el futuro es cosa de mí madre, ver emociones y pensamientos de mí padre. Skrain se encarga de la muerte. Yo... —apretó los labios—. Siento que hay algo surgiendo y quiero detenerlo, pero mi escudo sólo puede ayudar a Piperina porque es igual a mí. Espero que, si esta energía, sea lo que sea, quiere influir alrededor de nuestras hijas, Piperina sea la que las proteja. Su poder es muy grande y debes de esperar a que llegue. Cuando llegue será el momento en que, o todo irá bien, o todo irá directo a nuestra destrucción.
—¡¿Pero cuándo será eso?! —la gran Ailiah estaba furiosa, Erydas le tomó la mano. La que tenía libre la posó en su barbilla—. ¿Por qué tienes que dejarme? Después de todos estos años...
—No quiero arriesgarlas. Si alguien, quien sea, se entera de su procedencia divina... —Erydas estaba pensando en todo, pero ni siquiera eso reconfortaba a la reina— No. Debo de alejarme. Buscaré y trataré de entender lo que está sucediendo. No te preocupes por esta vida, yo nos conseguiré una mejor, conseguiré que mi hermano Skrain te conceda salir de la colina del duelo antes, vendrás a mí después de la muerte y, cuando nuestras hijas hallan cumplido su misión, serás mía.
El amor entre ellos dos era palpable. Erydas tomó a la reina de la barbilla, la besó y, sólo entonces, la visión terminó.
🌙🌙🌙
Na. Ya que estoy en exámenes y estoy tardando un poco más en terminar los capítulos los iré publicando más pequeños, por escenas.
En multimedia imagen de chica que encontré que se parece muchísimo a mi idea de Piperina.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...