—La guarida de la bestia está en las fronteras de nuestro reino, en lo más profundo del mar —dijo la princesa Olphina mientras ella y Nathan iban en la caravana real. Sus ojos claros lo miraron fijamente, entonces continuó—: Ahí fue donde te encontramos, parece que tú destino está ahí, porque ya vas de nuevo...
—¿No es peligroso tener su capital tan cerca de, «la bestia»?
—Odia la luz del sol, nunca subiría hasta nuestras tierras —contestó ella.
—Si realmente odia la luz entonces no entiendo porque estaba absorbiendo la mía.
—Porque él absorbe energía que necesita y que le dura años sin exponerse, y tú hiciste que despertara, llamaste su atención... —ella se detuvo, Nathan se mantuvo mirando lo brillante de sus escamas por varios segundos, hasta que ella se inclinó, lo tomó de la mano y, con ojos llorosos, siguió hablando—: Nathan, no sabes lo qué haces. Por favor, si tienes un poco de la cordura que yo creo que tienes, todavía hay tiempo de...
Nathan apretó los labios y cerró los ojos, no pudiendo evitar agachar la cabeza para no mostrar su vergüenza.
Todo el día había pensado en rendirse, pero, y de alguna forma, la conexión entre él y Piperina estaba restableciéndose, así que sabía que ella confiaba en él, que necesitaban aquella información.
Apretó los puños y volvió a subir la mirada.
—Algo me dice qué me irá bien —respondió, fijando la vista en el paisaje submarino para intentar no mirarla a ella y su rostro decaído.
—Si supiera lo qué quieres saber te lo diría, sin embargo, me temo que todo con respecto a los elfos sólo lo sabe mi madre —dijo ella—. Pero puedo ayudarte con otra cosa.
—¿Algo importante?
—Es sobre las puertas de la muerte —Nathan contuvo la respiración, incrédulo—. Están cerca de la Isla de los Monjes, cerca de la Isla Real del Reino Luna. No sé la ubicación, pero están en el fondo del mar. Y si quieres qué tus amigos no mueran entonces necesitas que una sirena los deje respirar bajo el agua como yo hice contigo.
—¿Tú lo hiciste? ¿Así qué es eso? ¿Encontraremos sirenas allá dónde vayamos?
—No. Es por eso que tienen que ir a la isla de los monjes y, una vez hayan llegado, tirarás esto al agua. Así sabré que es momento de buscarte.
La princesa le tendió a Nathan un delgado dije en la mano. La cadena estaba hecha de un fino material parecido a la tiruita, azul como los ojos de Alannah, mientras que, en la punta, el dije en forma de ancla brillaba en un azul tan brillante y bonito que a Nathan le cortó la respiración. En el centro estaba escrito algún antiguo conjuro, tan grande parecía su poder que Nathan sintió la magia venir hacia él desde que se calzó el collar y hasta que, por azares del destino, llegó a quitárselo.
—Gracias, de verdad —dijo, atónito por lo amable que la princesa estaba siendo.
—Estamos apunto de llegar —interrumpió ella, sin darle mucha importancia a sus palabras—. Nathan, escucha esto bien con atención. El conjuro que he hecho tomará su máximo esplendor en cuánto salgas de aquí, lo notarás enseguida. Como no tienes poderes la bestia tardará más en reconocerte, por eso tienes que ir lo más rápido posible hasta el fondo de su guarida y, como duerme, matarlo con esto.
La princesa sacó esta vez una daga morada, brillante, y con destellos dorados que le daban un aire escalofriante. No era larga pero era ligera, y de alguna forma aquella pequeña tenía que terminar con el monstruo que casi había matado a Nathan ya una vez.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...