Era de mañana. La brisa se extendía por la costa de Trent, una ciudad lejana y escondida ubicada en el cuarto reino independiente, hogar original de Zara.
Su palacio era todo menos esplendoroso, (como los del Reino Luna o el Reino Sol), sino que era una edificación vieja, de piedra oscura violácea, justo en la cima del cañón más cercano al mar y a tanta altura que daban escalofríos sólo estirar un poco el rostro para observar el mar.
Pero Zara no temía a las alturas, ni a los caminos sinuosos del palacio, porque era su hogar. El clima era inconstante, el ambiente frío y cálido cambiante en todo momento, pero le gustaba. Ya extrañaba darse un descanso.
Aquello la hizo sentirse ansiosa. No podía descuidarse tanto, tenía una misión y debía cumplirla.
Aturdida, se levantó de sus aposentos y caminó hasta la orilla de la habitación.
Era la habitación del rey, ubicada en la parte más lejana del palacio, con una vista entera hacia el mar como si se tratara de una cueva mágica y sobrenatural que podía manipular a su antojo.
—Abrire —murmuró ella. Las rocas escucharon, moviéndose conforme a sus mandatos y dejando a la vista al mar encrespado y petulante de aquellas tierras. Zara caminó entonces hasta el cofre donde resguardaba al cetro, oculto a la vista de cualquiera, incluso de su compañero de cama, que dormía a unos cuántos metros de ella.
Zara enfocó la vista en el mar. De alguna forma este conseguía relajarla. En el mar veía a sus enemigos, sí, pero también veía paz, rebelión, y belleza.
—Arzana —comenzó a conjurar, buscando información, alguna visión...—, mostráte, ventos molare, ven...
—Deja de buscar, aún no es tiempo —Zara fue interrumpida por Calum.
Sí, aquel que mencioné como su compañero de cama.
Ella rodó los ojos, fingiéndose molesta, pero una sonrisa conocedora apareció en su rostro. Calum la ponía de ese humor, hacía que hubiera un poco de diversión en medio de la guerra y la estrategia.
—Estás demasiado confiado en tí mismo, príncipe Sol, pero yo no lo estoy. Seguro ganaremos, pero, si tú querido hermano consigue encontrar a los elfos y los pone de su lado, nuestra pelea será más complicada, de eso estoy segura.
—Ganaremos, es lo que importa, ahora tenemos a un aliado importante que incluso me ha traído aquí para verte. ¿No es bueno tener a un hijo del espacio de nuestro lado?
La mirada confiada de Calum derritió todas las defensas de Zara. Estaba seguro de sí mismo, con esa luminiscencia típica de hijo del Sol y sus ojos castaños brillando en diversión. Extendió su mano, indicándole que fuera y se acostara con él unos minutos más.
—No sabes de lo qué hablas —contestó ella. Se levantó y, a regañadientes, fue y se acostó en sus brazos.
La esencia de Calum llenó sus fosas nasales. Siempre olía a humo de cigarro mentolado, a cedro y a una extraña esencia más que ella no reconocía.
Estuvieron así varios minutos. Ella creyó que caería dormida de nuevo, hasta que dos golpes en la puerta sonaron en la habitación sacándola de su aturdimiento.
—Es uno de los guardias de tú padre, él solicita una audiencia contigo —musitó Calum. Sus poderes eran mucho más fuertes desde que estuviera en contacto con el cetro, no tanto como los de Zedric, pero fuertes.
—¡Largo, no quiero ver a nadie! —gritó ella, furia resplandeciendo en su tono de voz.
El abrazo de Calum se tensó al oír la voz reticente de Zara.
—No quieres hablar con él porque lo odias. Entiendo esos sentimientos.
Zara se separó de él. Esa era la parte que no le gustaba de Calum, la obsesión que tenía con su familia y lo fácil que era sacarlos a colación siempre.
—No quiero hablar con él porque quiere la corona y no, no se la daré. Que sea una mujer no significa que no pueda gobernar.
—¿Entonces por qué no lo matas? —preguntó él en tono cantarín—. ¿Eres demasiado blanda para mí?
—Recuerda que quiero una sola cosa —respondió Zara—. El cetro me da el poder de una diosa, pero mi imagen es lo que me hará una y conservará ese poder.
Calum sonrió, motivado. Pasó la mano por el cabello de Zara, luego dijo:
—No te preocupes más por tú padre, que yo me encargaré de él.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...