Capítulo 35. «La muerte en persona»

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—No puedo creer que estés conmigo. Hace tiempo que te estoy buscando, y...

Amaris se detuvo. El rostro de Ranik, su mirada...

Había un vacío en ella. Algo que no veía.

—¿Todo está bien allá? ¿Zara ha avanzado mucho? —preguntó él.

Amaris bajó la mirada. Estaba tratando de asimilar las cosas, pero había algo que no estaba percibiendo bien.

La zona en la que estaban era oscura, apenas si podía mirarlo, pero se perdió en sus ojos por unos segundos.

—Todo está mal. El padre de Harry y todo su pueblo han caído, tal vez si averiguara donde están las puertas de la muerte yo...

Ambos guardaron silencio, hasta que Ranik habló.

—No —dijo entonces, lo que Amaris había imaginado que diría desde el primer momento en que lo vió—. No me busques. Estoy en una misión, una muy complicada. No puedes traerme de la muerte, ni buscar cualquiera de las puertas que hay en el inframundo, porque podrías desatar peligros inimaginables. No quiero volver, no podré hablar contigo. Lo siento, pero tienes que dejarme ir.

—No. Eres parte de mí. Te amo muchísimo y sólo pensar en la posibilidad de...

Amaris no estaba en su cuerpo. Era una manifestación espectral de ella, pero, y de alguna manera, se sentía real.

Su cuerpo, pesado, con vida.

Amaris se detuvo al sentir la mano de Ranik en su mejilla. Fría, distinta a cualquier cosa que hubiera sentido antes. Amaris la acarició, inclinándose por lo extraño y a la vez bello que era, entonces él apretó también la suya, tomándola y llevándosela al corazón.

—Esto es lo que tú haces en mí —dijo, con voz rasposa—. Mi corazón siempre está frío, muerto. Pero contigo... —carraspeó—. Me transmites vida, y la vida aquí es peligrosa.

Amaris nunca había sentido nada como aquello. Tal vez era porque estaban unidos, o porque prácticamente eran opuestos, pero sentía que Ranik la atraía hacia él. Que le daba una paz distinta a la que hay en vida, una sensación de que no había preocupaciones, ni nada más que una lenta y fría existencia.

—No me dejes —murmuró, el dolor quemándole por dentro. Sabiendo que lo dejaría, que la agonía siempre lo llevaría hasta él, una y otra vez, se dejó llevar y lo besó.

Ranik le respondió con euforia, una obvia necesidad que, lejos de ser carnal, formó otro tipo de conexión entre sus almas.

—Sephira nos guiará, puedes irte con paz —dijo Ranik cuando se separaron—. Todo esto lo hago por tí.

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—Siempre estuvieron cerca de casa, y no lo sabíamos —murmuró Piperina con obvia excitación mientras el barco de Nathan avanzaba hacia la Isla Real de su natal nación, el Reino Luna.

Estaban cerca. Llevaban una semana viajando y, por alguna razón afortunada, no habían tenido ningún accidente, no bestias, no animalejos submarinos, ni conjuros o cosas extrañas.

Todo había estado raramente tranquilo, y esto hacía que Piperina más tranquila de lo que se había sentido en mucho tiempo. 

—Ya quiero llegar a casa —dijo Amaris con desinterés mientras miraba hacia el mar—. El último lugar conocido antes de embarcarnos por completo a este extraño viaje y llegar a esta extraña ciudad de la que no sabemos nada...

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora