Capítulo 21. «Venganza»

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Hacía poco que Amaris había descubierto que podía tener visiones y saber lo que sucedía a su alrededor al mismo tiempo.

Era una cosa rara, más complicada de explicar que de aplicar. En términos modernos, sería como recibir señal desde dos canales de radio, escuchar las dos estaciones a la vez, una con el sonido más amortiguado que el de la otra.

¿Pero cómo podría ella explicarlo?

No había forma. Era algo nuevo y, entre todas las cosas que se encontraba descubriendo recientemente, (tantas como para lograr enumerarlas), una cosa más que añadir al catálogo de lo que ella denominaba, "sucesos extraordinarios".

—¿Qué les pasó? ¿Por qué estabas durmiendo? ¿Por qué ella no despierta? —le llegaron las palabras amortiguadas de Skrain. En primer plano estaba su visión, donde veía a Zedric saliendo y saludando a todo un grupo de personas esperándole debajo de sus aposentos.

Sus sentidos fueron hasta él. Al poder que sabía que tenía.

En cierto modo era del todo incontrolable, más de el que él mismo sabía que tenía. Y le aterraba, le aterraba que todo ese poder lo cambiara, como su mismo poder la había cambiado a ella.

»¿Amaris? —insistió Skrain—. ¿Estás bien?

—Sí —respondió ella—. Es sólo que a veces me pierdo en el pasado. Llevé a Piperina al pasado, le mostré todo aquello que debía ver y...

—¿Y? —Skrain parecía preocupado, cosa que a Amaris le hizo recordar todo lo que había visto recientemente, lo preocupada y sorprendida que Piperina debería estar al intentar asimilar su procedencia divina—. ¿Qué vieron?

A Amaris también le había costado asimilar que Erydas era su padre. El problema era que, con todo lo que veía, lo prioritario era que las cosas salieran lo mejor posible.

Tenía una extraña certeza. La certeza de que, como un torbellino, el fin de una era estaba cerca.

¿Pero qué significaba eso? No tenía idea. Las imágenes, palabras, y certezas eran algo que, aunque siempre estaba tratando de leer, eran frágiles, ilegibles.

—Yo... —no sabía si sincerarse con Skrain. Luego lo miró a los ojos, grises, tormentosos, y muestra de su propia ascendencia, así que lo recordó, recordó que ambos tenían, en cierto modo, la misma ascendencia—. Le dije quién es nuestro padre, que es un Dios.

—¿Pero qué Dios? —Skrain estaba visiblemente sorprendido—. Es...

—Erydas. Es él.

—Vaya yo...

Un crujido, el barco parecía tambalearse directo a su destrucción. Skrain sabía lo que pasaba afuera y, en una simple visión, Amaris lo supo también.

—Nathan, ¡¿Él está bien?! —su voz se cortó al final— Yo... —lo pensó mejor— tenemos que salir. Tal vez no sea lo suficientemente buena como para traer a Piperina del sueño, (no tengo el susurro mortal), pero puedo darle la suficiente energía como para que despierte ya y nos ayude a combatir pronto. Tengo el presentimiento de que esa cosa volverá.

—Entonces será sencillo —Skrain se agachó y con delicadeza tomó a Piperina en sus brazos, como si fuera la muñeca más frágil de todas.

Amaris fue detrás de Skrain viéndose totalmente tranquila, pero, en su mente, sus pensamientos buscaban a Nathan. Una visión que fuera del futuro, una visión dónde él se encontrara, que le diera esperanza.

Pero, como siempre, no vió nada. Unas que otras veces había logrado dominarlo, pero sólo en situaciones desesperadas, cuando tenía el tiempo encima o acababa de enterarse de algo importante.

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora