Capítulo 30. «Sangre derramada»

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-Es impresionante, hay mucho en este texto que... -comenzó a decir Amaris después de leerlo. Enseguida fue interrumpida por Connor, que dijo con obvia curiosidad:

-¿Y qué tiene que ver que este raro elfo haya leído este raro libro con su posterior actitud asesina y deseos de conquista?

-Bueno... -comenzó a contestar la princesa con evidente frialdad, a Piperina no le agradaba mucho especialmente por eso, por su actitud sabelotodo y altiva-. Que en este libro se habla de dioses y que no son tan poderosos como parecen, que pueden vencerse. Otra profetiza, una que habló más de lo que debió haber hablado, le dijo a
D'Bieré que el final de una era se daría por su propia mano. Él cree que puede adquirir el poder de los dioses con el cetro y volver al universo mito, se cree, incluso, capaz de volver de la muerte.

-Así que... -se burló Skrain- Según él dominar Erydas y toda su magia pueden hacerlo como este tal Strogosvirht, es algo extremadamente ridículo.

-Ridículo o no, y por lo que veo en su mente -contestó de nuevo la princesa-. Veo que se ha movilizado. Ha hecho que Zara gane territorio por él y, cuando menos lo esperemos, volverá.

-Pero no hay forma de que vuelva -dijo Connor, y, aun cuando su hablar se volvió inseguro, había cierta entereza en sus palabras, como si buscara complacer a la princesa, impresionarla.

Piperina tenía buen ojo para esas cosas, sabía, con certeza, que Connor estaba flechado por ella sólo con mirarla.

-Si yo volví él también puede lograrlo -contestó ella-. Pero es más difícil cuando tienes al mismo dios del Inframundo sobre de tí, observándote. Alguna cosa hará ella para revivirlo, y, sólo entonces, él será lo suficientemente poderoso como para alcanzarlos.

-¿Por qué volver de la muerte lo haría más poderoso? -preguntó Skrain. Ya estaba comenzando a verse exasperado, como cada vez que buscaban información.

-Porque en la vida hay una cadena que nos hace susceptibles, mortales, que requiere que nuestra magia se adapte a nuestros cuerpos débiles, mientras que, cuando volvemos, vemos las cosas de otra manera, podemos usar la magia sin inhibiciones.

-Lo dices por experiencia -observó Zedric-. Por eso eres tan poderosa.

-Antes de morir no era ni de cerca tan capaz de usar mis dones como ahora. Mi padre vió este poder como algo sobrenatural, supo que mi regreso desestabilizaría todo y adelantaría exponencialmente el comienzo de la siguiente era, razón por la que trató de equilibrar las cosas.

-Si en realidad hubiera querido equilibrar las cosas te hubiera matado -se burló Skrain, de nuevo. No parecía agradarle la princesa, igual que a Piperina-. Pero no lo hizo.

-No podía hacerlo -respondió ella, sin inmutarse siquiera-. Cualquier intento de asesinarme le quitaría todos y cada uno de sus títulos, así pues, prefirió dejarme aquí, enterrada, y sin posibilidades de ir con él hacia su nuevo reino.

-Este nuevo reino... -inquirió Zedric- ¿Seguirá existiendo?

-Tiene qué. En la profecía también se mencionó que el reino de los elfos prevalecería y no vería su fin hasta que una nueva era comenzara.

-Lo que tiene que estar cerca -murmuró Alannah con preocupación-. ¿Crees qué esta nueva era comience con la toma de poder de este loco elfo?

-No lo sé -la princesa negó con la cabeza-. Poco se sabe de lo que el fin de una era significa. Puede ser el mismo reinicio de todo, una especie de cambio de poder, o, y tan simple como suene, sólo una guerra fuerte y poderosa que desequilibre todo a nuestro alrededor. No sabría decirlo.

-Hay que salir de aquí, entonces hablaremos de todo esto sin que me dé algo -murmuró Amaris, a la que siempre las profundidades le habían causado dolor de cabeza.

La princesa negó. Piperina entrecerró los ojos, curiosa por lo que tuviera que decir.

-No sobrevivirán si voy con ustedes -les advirtió-. Tan simple como eso.

-No -insistió Zedric-. Tienes que venir con nosotros.

-No pueden salir conmigo a menos que lleven esto en su interior -la princesa sacó un pequeño frasco de su vestido, azul y bastante brillante-. Es veneno, mortal, y del cual hay un antídoto, pero fuera de aquí. ¿Realmente quieren arriesgarse? ¿Creen llegar tan lejos?

Piperina rodó los ojos. Todo se había vuelto una prueba constante desde que el torneo real había comenzado, y, aunque se canceló, las pruebas siguieron.

Una estaba frente a ella, retándola, y, como era la única que no tenía ni una gota de pudor, dijo:

-Lo haremos, ¿No es así?

-Sí -respondió Amaris, animando más el ambiente-. No podemos ser cobardes y dejar a la princesa un día más en esta cárcel tan inhumana. De todos modos estamos muertos sin ella, ¿Recuerdan?

Todos asintieron. Uno a uno fueron acercándose a la princesa, tomando aquel raro frasco y dejando caer el veneno en su sistema.

Piperina fue la última. Con resignación miró aquel pequeño recipiente, lleno de polvos amarillentos y líquido azulado. Lo alzó y tomó un poco de aquella sustancia sintiendo que sabía demasiado bien para lo mortífera que era.

El sabor le recordó a su casa, cuando por las mañanas se colaba en la cocina y tomaba un cucharón entero de mezcla para galletas.

-Hay que irnos, rápido -dijo la princesa para sacarlos de su aturdimiento. Las minas comenzaron a temblar, algo que Piperina no había presentido.

¿Por qué?

Suspiró, sólo entonces entendió los efectos del veneno. No tenía sus habilidades, se habían esfumado tan rápidamente que apenas podía creérselo.

-Me duele mucho la garganta, esa cosa quemó por completo dentro de mí -murmuró Zedric.

Todos estaban tosiendo, retorciéndose, pero de una u otra forma se las arreglaron para llegar hasta la salida.

Cuando hubieron llegado devuelta a las minas las cosas tomaron un rumbo no muy esperado. La princesa corrió de un lado al otro, buscando el antídoto, mientras que Harry, apenas pudiendo soportar el malestar, cayó al suelo.

Skrain lo detuvo, pero tampoco se veía muy bien. Amaris suspiró, y sólo entonces Piperina notó lo morados que estaban sus labios. Entonces Zedric se desmayó, y sus estribos y paciencia estuvieron apunto de perderse.

-Mi padre dijo que escondería las flores de mi vista, todo para que llegara al mundo de los vivos con un sacrificio detrás de mí -dijo la princesa, que seguía tranquila a pesar de lo sucedido. Buscaba entre la maleza con obvia concentración, pero no servía de nada y Piperina ya estaba sintiéndose tan mal como sus amigos.

-Tiene que haber algo de magia -insistió-. ¡¿Por qué no puedes apurarte?!

Los oscuros ojos de la princesa se centraron en ella.

-Eres una hija de Erydas, ¿No es así? -preguntó. Piperina asintió, entonces la princesa respondió-: Perdóname por esto.

Piperina apenas si podía enfocar su vista, pero de alguna manera notó como la princesa sacó una daga de su vestido y la impactó en su hombro.

Lo último que vió fue la sangre impactando en el vestido ya rojo de por sí que la madre de Nathan había insistido en que usara. No se sentía mal por dejarlo todo cubierto de sangre, sino porque no estaría viva para verlo volver.

A él, a Nathan, que seguro estaba dando su vida en algún lugar muy lejano y no siendo tan patética como ella lo fue para ser derrotada.

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora