—Despierta —aquella voz rasposa pero atrayente trajo a Nathan de vuelta al mundo de los vivos.
Lo primero que vió fueron esos ojos verdes, como las hojas de un árbol. Luego sus labios rojos, entonces se enfocó en el maquillaje que rodeaba sus ojos, azul como el reino del que ella venía. Ella nunca se maquillaba, debía tratarse de algún evento especial, como, por ejemplo, su funeral. Las personas pensaban que estaba muerto y eso era extraño.
—Tú —dijo él, aliviado. Se irguió en su lugar y, como si ella fuera un imán, no pudo mantenerse alejado de ella y la abrazó.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Zedric. No lo había visto ni a él, ni a Amaris, Connor, Harry, Alannah Skrain, ni a un chico de ojos morados o la chica de largo cabello castaño que lo miraban desde atrás con preocupación y curiosidad evidente—. Tus ojos, tú cabello, tu piel...
Nathan estaba distinto, pero Piperina había estado tratando de ignorarlo para no incomodarlo. Su cabello ahora era negro, su piel ya no brillaba, estaba pálido, sus ojos se habían oscurecido y hasta parecía tener ojeras de días.
—¿Perdiste? —preguntó—. ¿La bestia absorbió todo de tí?
Nathan negó. Pasó a explicar toda su travesía, desde la ayuda de la princesa hasta el combate accidentado en qué notó que las sombras siempre se habían alojado en él.
—Eran parte de mí, pero no lo sabía —culminó, los labios apretados—. Por eso me veo así. Pero si lo intento tal vez...
Nathan cerró los ojos. La magia comenzó a salir de él, su piel tomó un tono brillante y su cabello...
—Vaya —apreció Skrain—. Esto es algo...
—Nunca visto —completó Alannah—. Maravilloso.
Piperina rodó los ojos. Ahí iban esos dos con su obvia relación hasta completando las frases del otro.
—Bueno, hay tres cosas que me tienen muy intrigado sobre todo esto —fue Zedric el siguiente en hablar, como siempre lleno de curiosidad—. Las sirenas, su reino, ¿Crees qué puedan salir del agua, cómo en las leyendas?
—No quieren involucrarse en los asuntos de la tierra, eso sí lo sé —respondió Nathan. No se esperaba ese tipo de preguntas, por lo que sonó algo aturdido al contestar.
—¿Y tú poder? ¿Qué tan fuerte es? —preguntó de nuevo Zedric—. Si se trata de un dios, y él se fue...
—Entonces habrá visto que Nathan es lo suficientemente poderoso... —dijo la princesa con aquel tono conocedor y creído que Piperina estaba comenzando a odiar— Tanto como para suplirlo y dejarle sus responsabilidades. Sólo falta que él acepte su don y se vuelva divino, pero no sucederá de un día para otro, requiere...
—¿Un dios? —preguntó Nathan, incrédulo—. ¿Yo? Es imposible. No me siento tan poderoso.
—Pues lo eres —respondió la princesa en tono de burla—. Y él también puede sentirlo. Estoy segura de qué cree en lo qué digo, porque el mismo Sol le ha dicho que él también puede convertirse en un dios.
Señaló a Zedric. Este parecía incómodo, pero no negó nada.
—¿Él te dijo eso? —esta vez Amaris, que no solía hablar mucho a menos que fuera estrictamente necesario, pero que parecía un tanto molesta por no saber eso, (y es que tenía que saberlo todo), habló—. ¿Por qué no nos dijiste nada?
—Si en realidad son tan poderosos, ambos, deberíamos de tener esta guerra ganada —dijo Yian con diversión—. Pero ustedes no confían en su capacidad.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...