Capítulo 50. «Duro regresar»

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Seis meses pasaron desde aquello. Amaris aprendió lo que era la energía, el poder que esta prometía y lo complicado que sería defenderse cuando el tiempo en que nuevos dioses surgieran llegara.

También aprendió nuevas tácticas de defensa. Sabía usar el hielo como otro miembro de sí misma, pero el agua, el elemento que en su estado más puro era más difícil de manejar, no estaba entre sus talentos.

—Tienes que aprender a dejar que el agua te guíe, y no guiar tú al agua —dijo el monje mientras entrenaban en aquella mañana de verano—. Sí quieres poder usarla para curar tienes que llegar más lejos que esto.

Amaris suspiró. Estaba cansada de entrenar duramente todos los días y no recibir más confianza en sí misma.

—Alannah, mi segunda hermana mayor, aprendió a manejar el agua en menos de un mes. Llevo seis meses entrenando y no siento haber mejorado nada de lo que ya sabía. Además, no ha habido ningún asentamiento de los dioses en este tiempo, después de la guerra. Creo que es mejor que me vaya y...

—Hay dos formas de aprender a manejar el agua. La primera, por sentimientos. La ira, el enojo, o la felicidad, pueden impulsar como fuerza de voluntad al agua para que te sirva y haga lo que le pidas.

—Y esa es la que sabe ella, y las Birdwind, y está mal. Lo sé.

—No lo sabes, estás intentando creerlo, pero no lo haces.

Amaris apretó los labios. Al decir aquello había dado en el punto exacto, y no tenía nada para devolverle que realmente sirviera.

—Es cierto. Intento creerlo pero no he visto nada que sirva.

—Te lo mostraré entonces —el monje alzó las cejas, divertido—. Por medio de tus recuerdos.

A Amaris aún le costaba dejar que el monje entrara en su mente y buscara entre sus recuerdos. Aún así, cerró los ojos, dejó que él la tomara de las muñecas, y cuando él se metió en su mente, buscando, las cosas fueron mucho más familiares que antes.

Le mostró entonces la guerra. La forma en que el agua había respondido a sus mandatos, toda una ola entera de más de veinte pies que pudo haberse convertido en un maremoto o algo parecido.

Pero no sucedido sido así. Amaris se había sentido plena por completo, el agua respondió a sus mandatos, pero aún así fue un elemento aparte, la forma completa de usar su poder.

—¿Lo entiendes ahora? —preguntó él—. Ese ha sido tú más grande despliegue de poder, mayor que cualquier cosa que hubieras hecho antes.

—Yo... —los sentidos de Amaris se estaban sobrecargando— Recordar aquello, la sensación del cetro estimulando sus capacidades...

El pasado comenzó a llegar a su mente. Amaris intentó detenerlo, pero el monje dijo:

—No lo hagas. Intenta usar esa misma habilidad, pero con el futuro y el pasado. Míralo como un ente separada de todo, como un bosque que puedes explorar, mágico, salvaje, pero al alcance de tú mano. No le temas.

Amaris cerró los ojos. Dejó que el futuro la guiara, pero no logró visualizar nada. Sintió, entonces, que el pasado la llamaba. Una cosa que nunca antes había estado ahí, una necesidad de buscar en sucesos acaecidos recientemente.

Entonces vió a Piperina. Su cuerpo estaba elevado sobre el agua, tan dentro del mar que ni había ni un poco de tierra cerca. Estaba en una prisión de hielo, sus miembros inmovilizados y cuerpo delgado y lastimado.

—Alguien la ha aprisionado —murmuró Amaris, desesperada por encontrar algo más que ver—. ¿Por qué no encuentro nada? ¿Qué le ha pasado?

Ecos de sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora