A Zedric estaba comenzando a gustarle dormir. Podía dejar su mente vagar, viajando de un lado al otro y viendo más allá de lo que nunca había visto.
Había visitado varios lugares desconocidos. El Reino Luna más allá de lo que alguna vez imaginó, proyectándose y explorando tanto como pudo.
Entonces, mientras divagaba por un pequeño pueblo en el medio de la nada, su mente volvió, su atención llamada por unos pensamientos cercanos a él.
Era Piperina y estaba soñando con Nathan, recuerdos de una noche en el medio del mar.
Ella estaba en cubierta, sus ojos firmemente puestos en el ondular de las olas. Nathan llegó por detrás, diciendo:
—Amaris es lo suficientemente fuerte como para despertar.
Piperina apretó los labios, entrecerrando los ojos al sentir la antorcha de Nathan sobre ella. Por un momento lo miró, hacia aquéllos ojos entre dorados y cafés, luego respondió:
—Lo es, pero mi temor es que no quiera hacerlo. Que crea qué es mejor la vida en sus sueños que aquí. ¿Puedes quitar esa luz de mí rostro?
—No. No me gusta la oscuridad —respondió Nathan—. Soy del Reino Sol, tenemos esta idea de que las sombras son...
—Lo sé —respondió Piperina—. A mí me gusta la oscuridad. Hay un pasillo particularmente oscuro en mí palacio, donde la luz apenas entra y puedo mirar todo desde otra perspectiva. De hecho este pasillo desemboca en el mar, así que nado ahí de vez en cuando, dejando que el agua me haga tambalearme, y así hasta que mis dedos estan tan arrugados que no tengo más opción que salir.
—Y eso que dices que tú no eres tan aficionada al agua.
—No lo soy, es sólo que cuando vives en un reino en el que todos la aman simplemente no puedes no adquirir cierto gusto por sus aficiones. Además, era el único lugar que era mío. Ni siquiera he llevado a Amaris ahí.
—¿Y algún día me llevarás a mí? —preguntó Nathan, bromeando. Aunque Zedric pudo distinguir que, en el medio de los juegos, había interés. A Nathan le interesaba ella—. Si has podido confesarme este gran secreto y, como mi futura esposa, deberías poder llevarme ahí y tener este tipo de confianza conmigo.
—La tendré —bromeó Piperina.
—¿Y cuántos hijos piensas tener? —volvió a bromear él—. Tenemos que preservar el nombre de nuestras familias, ¿Sabes?
—Idiota —farfulló Piperina—. No bromees con eso. No me gusta pensar en el futuro, mucho menos en tener familia o hijos, y, honestamente, lo único que puedo prometerte —lo miró a los ojos— Es que algún día te llevaré ahí.
Y entonces ella despertó, y Zedric con ella. Aun no amanecía, las cortinas del palacio seguían cerradas, lo que quería decir que ni siquiera los sirvientes habían despertado.
Zedric suspiró. Quería encontrar a Piperina, decirle que también lo extrañaba. Buscarlo. Presentía que aquella vez tendría éxito.
Caminó por instinto hasta que llegó de vuelta a los jardines, donde hacía sólo unas horas se habían reunido. La excursión se había cancelado debido al estado de Piperina, pero ella parecía estar con suficiente fuerza, Zedric incluso podía oír los latidos de su corazón y sus quejidos desde lo lejos.
Entonces pudo verla. Arrodillada como una chiquilla, miraba el agua con anhelo, como si pudiera sacarlo de ahí con solo ver.
—También lo extraño. —fue lo único que Zedric pudo decir— Recuerdo cuando lo conocí. Él y yo éramos sólo niños, pero ya desde entonces mi padre me dijo que estábamos destinados a ser rivales. Y él parecía tener la misma idea preconcebida, porque al vernos por primera vez nos retamos enseguida y empezamos a jugar a la lucha de espadas. Pero para nosotros era sólo un juego. Yo nunca lo vi de esa forma, lo quise desde el primer momento, aunque no lo sabía.
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...