La muerte.
¿Qué es?
¿Cuántas incógnitas tengo que resolver para entenderla por completo?
He visto a mis mejores amigos morir por una profecía. He llorado como nunca, y cuando creí que podría encontrar una salida...
—Amaris, hemos llegado. Tienes que salir.
Amaris soltó el pincel con el que escribía y subió la mirada hacia la voz que había entrado en su habitación. Piperina.
—Lo has visto —contestó. Llevaba semanas soñando con aquel día, aunque no sabía que estaría tan cerca.
—¿Cómo lo...? —Piperina se detuvo, frunciendo sus tupidas cejas castañas y pareciendo significativamente confundida. Pero, como un relámpago, entendió enseguida lo que sucedía— Lo siento, en ocasiones suelo olvidar lo poderosa que eres. Como sea, necesitamos tú ayuda.
Amaris asintió. Guardó su diario en el baúl al lado de su cama, asegurándose de cerrarlo con seguro.
Luego pasó a su armario, de donde tomó el vestido más bonito que pudo encontrar, acto seguido se miró en el espejo, notando que su apariencia había mejorado significativamente desde su recaída, siendo sus labios los únicos que se vislumbraban mal y un tanto pálidos.
Se untó la loción roja que le habían facilitado en la provincia de Nathan para hacerlos ver más, «saludables», y luego dijo:
—Estoy lista.
Piperina sonrió. Se acercó y la tomó del brazo, enseguida diciendo:
—Sabes exactamente a lo qué vas, ¿No es así?
—Lo he soñado muchas veces. La muralla, la mujer...
—Es un muro, no una muralla —dijo Piperina—. ¿Pero la mujer? Diste exactamente en donde tenías que dar.
—Es una muralla. No tienes idea de la cantidad de pasajes y salas que tiene dentro. Es súper densa, es una especie de monumento que rodea nuestra isla con la capacidad de ser más allá que un simple muro. Es casi un pueblo flotante, incluso tiene unos baños escondidos en donde menos lo pensarías.
Piperina enmudeció. La luz llenó la visión de Amaris, que enseguida percibió la muralla de hielo de la que había estado hablando.
Estaba idéntica a como la había soñado. Grande, deslumbrante, llena de poder.
Podía vislumbrar a los generales que la resguardaban, preparados para cualquier tipo de ataque desde sus torres personales. Incluso había decoración vistosa y exuberante, estatuas que se erguían sobre las torres, justo al lado de los montículos donde los guardias esperaban día y noche.
—Esa mujer es testaruda —Zedric apareció a su lado—. No cree las influencias que podemos tener, dice que debemos tener un pasaporte para pasar o, de lo contrario, esperar hasta que la reina en persona autorice nuestro pase.
—Y tenemos que pasar ahora —esta vez fue la princesa de los elfos la que habló, tal como si mandara aquel lugar—, conseguir las provisiones, armas, y la nave necesarias porque, si tratamos de entrar a la ciudad de mi padre después del solsticio...
—¿Quién le dice nave a los barcos en estos días? —se burló Yian que, apareciendo justo detrás de ella, subió al mástil más cercano en un abrir y cerrar de ojos—. Relájate, señorita elfo, porque Amaris está aquí y nadie podría decirle que no.
La princesa centró su mirada en ella. Como retando sus capacidades, gritó:
—¡Tenemos a la princesa! ¡Baje usted misma para verla!
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Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...