—¡Soldados, avancen a la ceremonia de adoración de hoy! —gritó uno de los Crouss mayores desde su alto lugar en una de las muchas torres de vigilancia que rodeaban el lugar.
Los soldados avanzaban a montones y en fila, coordinados después de miles de años de entrenamiento.
El corazón de Ranik comenzó a latir rápidamente. Llevaba semanas entrometiéndose en aquel ejército, fingiendo que era uno de ellos, comiendo, riendo, y jugando a su manera, pero esta vez el rito de adoración sería distinto. El tiempo estaba cada más cercano al día en que la guerra comenzaría, (un día según el tiempo de los vivos, dos semanas según el de los muertos), así que los rituales se estaban haciendo más pesados con la intención de conseguir más poder.
El ejército estaba dividido en niveles. Los más fuertes, los más débiles, y los intermedios. Ranik había avanzado hasta el punto más alto de los intermedios, siendo su poder con la hidroquinesis bastante valioso como para hacerlo subir, pero débil como para subirlo a un nivel más alto.
Ranik caminaba al inicio de su legión con la cabeza en alto, bajando por la llanura hasta el palacio del más alto de los Crouss, de quién nadie sabía el nombre hasta que no subiera al rango más alto de poder.
Nunca había llegado tan lejos. El palacio era impresionante, hecho de huesos quebradizos y amarillentos apilados unos sobre otros y unidos por una especie de roca oscura que brillaba en colores amarillentos en ciertas partes. Tenía forma triangular, cual pirámide, y en la cima estaba un increíble y brillante cráneo de oro.
—¡El libertador nos dará un discurso! —gritó otro de los guardias—. ¡Prestos y escuchen, que ya viene!
Los soldados siguieron avanzando. Parecieron horas porque iban a un ritmo lento, pero pronto todas aquellas almas entraron en el palacio sin problema alguno.
Y es que la plaza del palacio era enorme. El tejado se veía altísimo, el lugar era tan amplio que las veinte legiones de ochocientos soldados entraban completamente en él. En el frente, justo a la vista de todos en un atrio de unos diez metros de altura, estaba él.
—¡Soldados, giren su rostro y expresen su respeto hacia Coréhj D'Bieré, gran maestro de las artes oscuras! ¡El libertador, el señor que nos dará todo si aceptamos pelear por él!
El grupo giró su rostro dramáticamente hacia él. A pesar de estar a una gran distancia de él Ranik podía verlo bien, a ese elfo alto, pálido, de cabello oscuro y ojos alargados.
Parecía irradiar poder, como si su alma hubiera estado recolectando fuerzas durante años. Brillaba, energía salía de él e iluminaba el lugar.
A su lado estaba Sephira, encadenada y rogando por su vida. Su cabello rubio colgaba en sus hombros, lleno de la sustancia violácea que le daba fuerzas a su alma, se veía sucia, esquelética, y estaba arrodillada porque, al parecer, no tenía fuerzas para nada más.
—¡Hoy haremos un sacrificio! —gritó el hombre, lleno de poder que intimidó hasta el último en aquella habitación—. Un sacrificio por un poco de poder. Un sacrificio que abrirá las puertas de la muerte. ¡Sí, tú, señor del Inframundo, te invoco! ¡O nos dejas salir o le daremos fin a la existencia de tú favorita!
El usurero apareció entonces. Un hacha colgaba de su brazo, tenía el rostro tapado y lo más impresionante de él era su gran tamaño, hasta más grande que el de D'Bieré.
—Es el momento —susurró Cara—. Tenemos que salvarla.
—Es un suicidio —respondió Ranik—. ¿Tienes idea de cuántos elfos estarán mirando? No podemos hacerlo.
ESTÁS LEYENDO
Ecos de sol.
FantasySer un líder es difícil. Drena todo de tí, te lleva hasta el punto más crítico de la existencia. Zedric no quiere serlo. No quiere gobernar a un reino que desconoce, no quiere luchar contra una enemiga conocida. Sólo quiere ser libre, e intentará...